Sentir a Cuba, pensar en Cuba, obrar por Cuba.

 Resumen: Una mirada a la realidad cubana, sus debilidades, fortalezas, amenazas y oportunidades.


Por: Delio G. Orozco González.

I

El cambio -condición omnipresente-, deseado y necesitado además, levanta ante los cubanos, no importa donde estén, más preguntas que respuestas. La incertidumbre, las ásperas circunstancias, las variables extrañas e intervinientes, la imposibilidad de, por miríada de razones, controlar el desenlace de la impostergable caminata, nos impone el deber cívico y patriótico -a pesar de lo prostituido del término-, de pensar y contribuir a esta ínsula porque a fin de cuentas, patriota es aquel que ama su país y procura todo su bien.

A pesar de los riesgos que comporta toda definición por cuanto puede caerse en el pecado de la generalización y toda generalización constituye gran equivocación, inexcusable resulta definir que entendemos por «bien»; o sea, «bien» deseado para Cuba; y puesto que el «bien» puede ser sentido e interpretado de diferentes formas y este o la felicidad de unos podría ser la desdicha de otros, no queda más remedio que auxiliarse de la Historia, no porque vivamos del pasado o en él; sino, porque lo mismo un hombre que un pueblo no es lo que es o lo que ha de ser, constituye esencialmente todo lo que ha sido y esta aseveración no deviene tautología, resulta verdad inapelable.

Como categoría histórica el concepto del «bien» ha variado a través del decurso humano y cubano: no era lo mismo la condición o percepción del «bien» que tenía el aborigen que el   encomendero; la del esclavo que la del hacendado; la del obrero que la del patrono; la del campesino precarista que la del terrateniente; no es lo mismo el sentido del «bien» para el hombre que para la mujer; no es lo mismo como el negro percibe desde su circunstancia el «bien» a como la recepciona el blanco; para el creyente que para el ateo; para un homosexual que para quien no lo es; no es lo mismo el «bien» para aquel que -si no lo tiene todo-, lo necesario está al alcance de su mano que para quien debe hacer lo indecible con tal de ganar el sustento; no es lo mismo el concepto del «bien» para el funcionario con status privilegiado que para el empleado que apenas sobrevive con un salario y como a tanto resulta imposible llegar, preciso es ajustar el sentido del «bien» y nadie mejor que Martí para consensuar: «Es preferible el bienestar de muchos a la opulencia de unos pocos» Y este bienestar debe, en nombre de la concreción -altar de la utopía-, asumir la condición humana en toda su diversidad: material y espiritual sin menoscabo de una en detrimento de la otra, corporeizándose en cada individuo concreto y no solo en la masa; puesto que esta, en el santo nombre de la unidad, lo diluye, calificándose entonces el mal infligido al individuo como daño colateral. Ello, cual boomerang, retorna contra cualquiera; por cuanto, del mismo modo que pequeños detalles consuelan grandes dolores, nimios errores -repetidos una y otra vez-, aniquilan magníficas realizaciones.

La condición cubana, por humana, resulta exigente: entiende la coherencia entre egoísmo neoliberal y práctica hedonista por ser consustanciales; empero, censura acremente la incongruencia entre teoría y praxis socialista. Tres decenios de poco ejercicio cívico parecen haberle adormecido la memoria -líbrenos Dios del invierno de la memoria-, que entre dos males ha de escogerse el menor cuando no hay otra salida; sin embargo, no lo hace por villanía o ignorancia, resulta que la cotidianidad, convertida en rutina agobiante, la golpea día a día y ante sus angustias no se muestra un funcionario, un político o un empresario norteño; sino, un coterráneo. Razón tenía William Walker: «Lo que no podrán los fusiles lo podrán los dólares» o peor, la falta de ellos; lamentablemente, la carencia de esa moneda nos enajena elementos de vida y si bien es cierto que la libertad es esencial para hacer felices a los hombres, no lo logra por si sola, necesita de justicia y pan. Cuanta maldita razón tenían Marx y Engels: antes de hacer filosofía, política o religión, es preciso calzar, vestir el cuerpo, comer y tener un techo; por eso, quienes no nos quieren «bien» hacen cuanto pueden para enfrentarnos a la necesidad y si bien es cierto que esta resulta la madre de la invención, también lo es del hastío, el cansancio y la claudicación y eso, lo saben aquellos.

Flaco favor le hicieron y aún hacen al «bien» de Cuba quienes, con sus desatinos y desde el poder, convierten en inútil y farsa el sacrificio, la virtud o la ética; solo el ejemplo convida y demuestra, lo demás es demagogia. Y como si la prevaricación no bastase, entonces la cruzada contra el pensamiento diferente o disidente que no mercenario, se entronizó y aún reina. En 1818 sentenció -y parece escrito ayer-, quien nos enseñó en pensar:

La injusticia con que un celo patriótico indiscreto califica de perversas las intenciones de todos los que piensan de distinto modo, es causa de que muchos se conviertan en verdaderos enemigos de la patria. El patriotismo cuando no está unido a la fortaleza (como por desgracia sucede frecuentemente) se da por agraviado, y a veces vacila a vista de la ingratitud. Frustrada la justa esperanza del aprecio público, la memoria de los sacrificios hechos para obtenerlo, la idea del ultraje por recompensa al mérito, en una palabra un cúmulo de pensamientos desoladores se agolpan en la mente, y atormentándola sin cesar llegan muchas veces a pervertirla. Véase, pues, cuál es el resultado de la imprudencia de algunos  y la malicia de muchos, en avanzar ideas poco favorables sobre el mérito de los que tienen contraria opinión. Cuando ésta no se opone a lo esencial de una causa ¿por qué se ha de suponer que proviene de una intención depravada?

Cualquier semejanza con nuestra realidad resulta coincidencia explícita y como la experiencia tiene alto valor pedagógico, he aquí la fuente del silencio. La natural tendencia de los hombres a huir del dolor y la pena hace explicable el reducido número de ellos entregados al mejoramiento humano hasta las últimas consecuencias; por ello, Hatuey, Céspedes, Maceo, Martí, Mella, Villena, Guiteras, Menéndez y Chibás forman parte de un martirologio irrepetible y no es que entre los cubanos de hoy falte tropa suficiente para el honor, el hecho irrebatible es que los hombres son como son y no como quisiésemos que fuesen.

II

Demuele la fe en la idea de hacer «bien» al país la repetición -constante y pública-, de los males que todo el mundo reconoce como gangrena, los desvaríos que, incluso denunciados en alguna medida por la prensa, contradicen teoría y práctica y si bien es aconsejable obrar con prudencia en la implementación de nuevos modos y vías, la acción inmediata contra la corrupción, la incompetencia o la negligencia es cuestión de vida o muerte. La impunidad hace más daño que el cáncer porque contagia a quien no lo padece, no importa su puesto, su cargo o su rango. Todo el que sirvió es sagrado hasta el momento en que se vale del prestigio, la influencia ganada o el puesto para el beneficio personal.

A la ciencia y a la política, por corroborables, le son más útiles los hechos y las pruebas que las elucubraciones sobre lo que pudo haber sido y no fue; tal ejercicio resultará beneficioso a la especulación filosófica para desmontar o trabajar temas mitológicos; empero, ningún trigo dará discurrir sobre cual hubiera sido el destino de Cuba de haber sido conquistada por la vieja Albión, si Martí hubiera llegado a la República o si la Revolución no hubiese triunfado. La cosa pública necesita hoy día, entre nosotros, de un constante monitoreo social para lograr, mediante acción política, educativa o jurídica, la subsanación de los errores y el control popular ante los agentes de poder y su desempeño, flanco contra el que se alistan no solo los que nos quieren mal; sino, el poder degenerador del tráfico de influencias, el cohecho y el sinsentido que hace más daño, por ser nuestro, que una división aéreo-transportada. Mientras no logremos crear un mecanismo efectivamente democrático y de poder en la base -el Delegado nunca lo ha logrado-, estaremos expuestos e inermes y así jamás se ha ganado batalla alguna. Con el objeto de frenar el «contra sí», la prensa ha de convertirse en ese necesario veedor del orden público que ataje tanto al funcionario, al político como al ciudadano, incapaces de cumplir su misión o cometido social. Los logros de la prensa honrada en otras partes del mundo y la impertérrita actitud de los periodista en busca de la verdad, a pesar de la violencia y la muerte que contra ellos se ejerce, puede servir y de hecho es un ejemplo para nuestros rotativos y reporteros. Injusto sería decir que los nuestros no lo son, poco a poco la inercia va cediendo a la urgencia de los tiempos; no obstante, la evaluación valiente, el juicio crítico, el periodismo de investigación y seguimiento necesita imponerse y prevalecer sobre la noticia fría; en tanto la nota laudatoria que justiprecie el «bien» que en nombre del país se ha hecho y hace -que si se ha decir lo malo por qué no decir lo bueno-, debe contarse con donosura, penetrando en lo más hondo de la nervadura espiritual de la nación, conscientes de que si la historia demuestra, la literatura convence. Necesitamos convertir a la prensa en un verdadero poder: la televisiva, la radial, la escrita y la digital; en tiempos mediáticos quien no está en los medios no está -rubricó alguna vez el Gabo-, y a estos tiempos, también de desquiciamiento y remolde, no le basta la trinidad de Montesquieu, le urge el juicio, la proposición, la observación, la denuncia, la diversidad y la participación inclusiva que propicia y permite un medio que llega -ojalá los gobernantes pudieran llegar así al pueblo con sus peroraciones-, como llega la prensa al sentido de los hombres.

Se insiste en el poder de la prensa más por su papel preventivo y educativo que no terapéutico. La revelación martiana en torno a la medicina de que esta es la que precave no la que cura, se nos antoja magnífica para el caso que nos ocupa porque será, además, menos costosa y dolorosa; duele ver la moral de un hombre y su persona en la picota pública, víctima del escarnio -merecido además-, o sometido a los tribunales por tener la honra como adorno y no piedra angular de su conducta. Saber que no importa cuanta influencia o ascendencia se tenga ante, en o entre las estructuras de poder, jamás podrá impedir la denuncia o el cuestionamiento ciudadano, ha de poner freno no solo a las ambiciones personales, sino, a la desidia, la abulia o cualquier otra mala hierba en su intento de prosperar dentro de la gestión pública nacional. No ha devenir esta solución panacea universal; empero, reducirá la incidencia de la prevaricación gubernativa a todos los niveles y los daños derivados de la misma cuando el silencio encubridor ceda paso al acto correctivo.

Es consenso entre los cubanos el pobre papel y casi nula autoridad del Delegado como representante del gobierno en la base y si en esta estructura primaria: el municipio, sal de la democracia -según Martí-, la democracia no funciona, entonces su aplicación resulta mera entelequia. Esta figura, electa en un marco absolutamente democrático, carece de las facultades necesarias para ejercer su función, en cambio, la práctica lo ha caracterizado como un administrativo que nada puede administrar porque carece de todo. La necesidad de repensar atribuciones, funciones y facultades de los órganos de gobierno a nivel local es de urgencia inmediata toda vez que las estructuras provinciales, cual agujero negro, absorben recursos y como hechicera sustrae el alma a los territorios que la mantienen; un recorrido por los municipios cubanos no hará otra cosa que validar una realidad que trató de subsanar la División Político Administrativa (DPA) de 1976 y que hoy, a 36 años de su implementación -de muy poco han valido denuncias y advertencias-, sigue produciendo gigantes con pies de barro en un círculo vicioso: cabeceras provinciales que imantan la emigración interna y que, con el objeto de satisfacer las necesidades de esa misma población, siguen sangrando los recursos y el capital humano de los lugares de procedencia de los migrantes; es el ciclo sin fin, según canción de Elton John. Otorgar al municipio autonomía, jurisdicción y autoridad sobre los recursos en su área de competencia, capacidad de decisión financiera sobre su presupuesto; en fin, empoderarlos realmente y quitarle las bridas que ralentizan su desarrollo y los convierte, entre otras razones, fuente segura de migrantes hacia las capitales, es no solo justicia; sino, implementar uno de los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido. En unos casos debemos andar con pies de plomo; en otros, preciso es volar; este es uno de esos casos.

III

Con Raúl Castro como presidente de la República de Cuba se cierra el ciclo revolucionario iniciado en 1953, por lo menos en la forma y manera en que la concibió, hizo y condujo la Generación del Centenario. Reconocer que la Revolución Cubana es, después de la llegada de los europeos en 1492 y la independencia de 1825, el acontecimiento de más impacto en el área latinoamericana no es para nada oficialismo, resulta sentido común (por cierto, el sentido que más comúnmente falta a los hombres); sin embargo, del mismo modo que una empresa capitalista, llegada a un punto necesita expandirse o de lo contrario perece, la revolución necesita hacer lo mismo y ello está dado porque constituye medio y no fin; o sea, devino el medio que se le dio al país para que, a partir de su triunfo en 1959, este pudiera acceder a un modo distinto de ofrecer el «bien» a la mayoría de sus habitantes. Del postulado anterior se desprende el corolario de que al ser un instrumento de transformación social entonces cumple un ciclo vital: nace, crece, se reproduce y muere conclusión a la que se llega después de un simple análisis de la experiencia histórica; por ejemplo, antes 1789 hubo Francia, durante la revolución y el imperio hubo Francia, luego de ellos, Francia ha seguido existiendo; antes de 1917 había Rusia, durante 70 años contemplamos la URSS, después de ella Rusia sigue estando.

El nuevo ciclo que se avizora se me antoja revolucionario, no tanto por el carácter de las medidas; sino, porque a semejanza de los años 60 cambió y trastocó estructuras anquilosadas que, cual rémora, constituían lastre nacional. Cincuenta y cinco años después la historia se repite, Marx decía que siempre se repetía, unas como tragedia, otras como sainete, de nosotros dependen que no sea ni como la una ni como la otra. Ahora bien, que la Generación del Centenario conduzca las reformas tiene denotaciones éticas y prácticas: 1ro.-Ella sola ha conducido el país; por tanto, es responsable de los yerros y aciertos que bajo su dirección se verificaron. El juicio de la Historia está frente a ella, debe pues dejar expedito el camino;  2do.-Tiene la autoridad moral e histórica para conducir el proceso porque hizo la Revolución y 3ro.-El ser poseedora de esa misma autoridad puede garantizar -hasta ahora lo ha logrado-, el orden y la paz social; pues, de nada valdrían libertad, justicia y pan si no podemos disfrutar dicha trilogía en paz.

Ahora bien, nodales retos económicos y políticos se colocan en la mesa de las adecuaciones. La crisis mundial y la nuestra han puesto al mando de la nave las transformaciones en la economía, toda vez que la ideologización de esta nos hizo creer, de manera equívoca, que eficacia, eficiencia y productividad eran categorías políticas y no ejes principales de todo proceso productivo. Cuando se hizo imposible seguir distribuyendo más o menos equitativamente los bienes materiales, nos dimos cuenta que sólo se reparte la riqueza que se crea. Todavía hoy y por buen rato todavía, habremos de pagar el precio de una centralización que aniquiló el sentido de propiedad y el de propietario llegando al absurdo de estatalizar hasta la venta de granizado; la pérdida de esa conciencia, de los mecanismos propios de la producción, del valor del trabajo y su justa remuneración, estancaron la dinámica de la economía nacional, situación con la cual nos dimos de bruces al instante de desplomarse la Unión Soviética junto con los precios resbalantes y los magníficos suministros de petróleo. Ante un parque tecnológico anacrónico, la ausencia de socios comerciales, una práctica económica que intentaba sostener la propiedad social de los medios de producción y que por carambola hacia patente el refrán de que «lo que es de todos no es de nadie», no quedó más remedio que resistir y pasar hambre. Y solo si no se es honesto o no se quiere el «bien» martiano para Cuba, puede afirmarse que, aquellos que siempre se han proclamado benefactores de la isla realmente asumieron su papel; rara formar de hacer «bien» es poner bombas, obliterar, negar, incitar al caos y mofarse de la tragedia ajena. Aún resuena en el imaginario colectivo el saludo matutino de una radioemisora que decía: «Buenos días calaverita, ya encendieron el nonó». La regencia del país tampoco se quedó atrás, un decreto anticonstitucional -por eso no se publicó en la Gaceta Oficial-, nos prohibió entrar a los hoteles, tampoco pudimos usar celulares y acceder a Internet; la idea de amplificar el estudio devino lúcida alternativa, sin embargo, un error de cálculo fue creer seríamos el país más culto del mundo en diez años y aún nos duele una década pérdida en la educación al sustituir profesores por teleclases; mientras que el desmantelamiento de la mitad del parque industrial azucarero ha sumido en letargo tremendo hombres y comunidades. Momentos de lucidez también hubo -lo contrario hubiera sido suicidio-, cuando se inició la potenciación de la industria turística, la biotecnológica, la liberación del dólar y la lenta apertura, casi a regañadientes, que se produjo del trabajo privado (ahora lo llamamos por cuenta propia); la cual, de haberse implementado en esa época -quizás-, no nos fuera tan difícil ahora; empero, estas líneas no pueden prevaricar cayendo en la suposición, de nada vale llorar sobre la leche derramada, es preciso aprender de los yerros para no repetirlos.

La materialización de los sueños dependen del triunfo de la economía -afirma en íntimo libro Norberto Codina-, pero la condición dual de esta femme fatale hace que vaya a contracorriente de la utopía cuando la dejamos ir sin frenos por la vida. Los hechos, los obstinados hechos lo rubrican; así, durante 400 años, quienes impusieron el paso doble bailaron pegaditos a ella; luego, en un lapso de casi medio siglo, cambió de ritmo y acompañó a los danzantes del fox trop y el rock and roll en magníficos salones; más tarde, los aprendices de polska gozaron de sus favores. El reto estriba no en renunciar a su compañía; sino, en no dejar que imponga su ritmo. Con desconsuelo, Sergei Filátov, antisocialista confeso y militante, Secretario de la Administración de Yelsitn y cabeza visible de la Constitución de 1993, en su libro Por ambos lados del Kremlin, se duele del modo en que los nuevos zares del dinero en Rusia, después de la subasta a la cual fue sometido el país, se habían hecho del poder escamoteándole el esfuerzo a quienes habían logrado acabar con la ortodoxia soviética. Filátov no sabía o no quiso creer que sin democracia económica no puede haber democracia política. En cuanto a nosotros, apenas hemos iniciado las reformas y ya el número de desempleados es mayor, la inflación nos tiene hasta el tallo cerebral, la mendicidad -casi inexistente- resulta elemento común, la dificultad de acceder a productos y servicios por insolvencia económica alcanza mayor número de cubanos y así no podemos seguir, entonces ¿qué hacer? Fácil es poner el tríptico sobre el papel, difícil llevarlo a la vida; empero, desastre sería no hacerlo: el estado regulando, la economía dinamizando, el soberano controlando; podría ser este un modo de hacer «bien» al país.

En este entorno resultan, no menos cardinales, las adecuaciones políticas, especialmente el cumplimiento de la promesa (por la importancia que tiene para todo agente de poder el cumplimiento de lo prometido) de fijar en un máximo de dos períodos de cinco años, no solo  el desempeño de la primera magistratura de la nación; sino, cuanto cargo ministerial y decisorio se vea amenazado por la soledad y permanencia vitalicia en el poder. Para que esta propuesta gane figura jurídica permanente es preciso asentarla en la Constitución, Ley primera que, dicho sea de paso, necesita de adecuación prioritaria a los nuevos tiempos, no importa cuan complicada sea la agenda legislativa que tenga por delante la Asamblea Nacional. Reafirmar la condición de un estado de derecho dará legitimidad jurídica al ciclo que se avecina. Sin embargo, para que este proceso no constituya mera rotación de figuras públicas, es preciso, además de asentarlo en la Constitución, crear una verdadera oposición interna, combustible de todo proceso social donde las estructuras de poder no solo sepan, sino, reconozcan y respondan a las exigencias del soberano; quien, con verdaderas herramientas de control en sus manos, arbitre no solo el desempeño de los gobernantes a todos los niveles; sino, en la práctica pueda proponer, elegir, legitimar o deponer. Por más que nos duela reconocerlo, hemos sido incapaces de crear una oposición de este tipo; por el contrario, el desconocimiento de esta regularidad histórica ha dado pie al surgimiento de otra a la que muy poco o casi nada tenemos que agradecerle, salvo haber señalado algunos errores o excesos porque no hay cubano de buen corazón que quiera o esté dispuesto a agradecer, sea cuales sean las razones, el dolor, el sufrimiento, la muerte.

«Toda gran caminata comienza con un paso», reza un viejo refrán; ya hemos dado más de uno y necesitamos seguir desandando, no importa que se avance lento, el asunto es no parar y ello por una sencilla razón: ya no hay marcha atrás.

Manzanillo de Cuba, mayo 25 de 2014.