Tres cartas y un mismo objeto: servir a Cuba.

Resumen: Intercambio epistolar a partir de misiva enviada al Presidente de la República.


Por: Delio G. Orozco González.

El 9 de junio del año en curso se publicó el artículo «El Día Cero y una carta al Presidente», dos días después, lo hizo el blog «La Joven Cuba»; antes, lo había enviado a muchos de mis contactos vía correo electrónico. Más de uno me hizo llegar sus opiniones; empero, ninguno como el compatriota DME quien haciendo uso de un derecho inalienable no solo se adhirió a las ideas generales del documento; sino, que me llamó la atención sobre el uso incorrecto del verbo «palear» en el sentido que quise darle y, lo más importante, disintió de una afirmación hecha por mi en la misiva a Díaz-Canel. Su carta y mi respuesta constituyen el núcleo de este intercambio de ideas.

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Guáimaro, 5 de mayo de 2020

Estimado amigo, Delio Orozco:

Hoy tuve la satisfacción de recibir y leer su mensaje «El Día Cero y una carta al Presidente», lectura que me dejó la impresión saludable de que hay no pocos buenos cubanos sintiendo, pensando y actuando por el bien de todos; y a uno de ellos he tenido el gusto de conocerlo: usted.

Por mi parte, no he podido acceder al citado video que, versando sobre temas tan calientes y cruciales, usted pudo conocer. Igual, no pude ver otros videos que han sido «dirigidos» a los «cenáculos» privilegiados de los que, usted bien dice: cuando la información y la participación se quedan en ellos como patrimonio exclusivo (deviniendo así mecanismo excluyente), solo resulcae con mucha frecuencia en la cuenta de «tan emanaciones amargas. No obstante, gracias a su mensaje, me entero -desde aquí, mi Guáimaro, Nación Minúscula y matria entrañable- de esos procesos y de sus sinceras inquietudes al respecto. Le agradezco como cubano, de corazón, su actitud y proactividad martianas.

Los mensajes, muy bien escritos y con la elocuencia que ya usted nos ha probado en su oratoria de manzanillero cabal, punzan y empujan a mover el cerebro y la mano. Apenas si, en la escritura que se deja adivinar febril y urgente, se salta una letra u otro signo, sin que ello baste a manchar ni lastimar la elegancia del texto y, sobre todo, sin demeritar su poder de convocatoria. Quizá deba revisar un verbo: «palear», que usted empleó un par de veces, cuando creo que debió escribir «paliar», cuya entrada en el Diccionario Actual de la Lengua Española acabo de revisar y aquí le copio:

paliar (del lat. palliare, tapar) tr. Encubrir, disimular. || Mitigar, atenuar la violencia de ciertas enfermedades graves.

Pero, a un detalle que mucho importa: sí me pinchó, con savia urticante, una afirmación suya que pudiera (y debiera) impugnarse, y la cito: «… de nada sirve denunciar o alertar si no se ofrecen remedios»… (El subrayado, mío, es la punta de marabú). La frase dice algo que no es verdad, ni a medias. No lo digo yo, que lo juro; lo han dicho otros más sabios y profundos intelectuales, pensadores, gente poeta como usted mismo. Me lo confirman mis estudios de ciencias, de los que también he sacado algunas verdades: el primer paso para poner remedio a un error, es descubrir (quitar la cubierta, denunciar, alertar) su carácter falso, errático, y sin ese primer paso es casi imposible adelantar hacia el remedio necesario. Claro, lo ideal, lo más completo y útil, es dar alarma y presentar de inmediato el arma de combate. Pero, aun cuando no se tenga la solución a mano, ¡la denuncia del problema es vital! y no debe nunca desecharse porque no se tenga todo el trabajo hecho de una buena vez. Los grandes problemas, en un mundo como es: más y más complejo a cada instante, casi nunca son formulados junto con las soluciones deseables. Y no por eso deben desestimarse las denuncias, las alertas, sobre dichos problemas. Y le digo, poniéndome la mano en el corazón: yo he visto, desde muy joven, en ciertas reuniones («cenáculos», «conciliábulos») donde se analizan y debaten problemas de nuestra realidad sociopolítica, emplear ese argumento que usted mismo esgrimió (y que quizá no lo pensó demasiado, pues se ha naturalizado como un cliché en cierta zona del «discurso a lo cubano»), y quien lo ha esgrimido con afilado cinismo, espera y casi siempre consigue vetar las exposiciones críticas, los criterios alarmados, las inquietudes sinceras vertidas antes de la formulación de soluciones, respuestas que, en el mejor de los casos, tarde o temprano sobrevendrán. Usted disculpe mi crítica al respecto, pero hay líneas deslizadas ya en nuestros mejores discursos, que deben repensarse detenidamente, cuestionarse con honradez, hasta revelar su fondo. Eso también, y sé que usted lo comprende y practica, contribuye a afincar el grano limpio de la idea en el surco patrio. Entonces, con respeto y cariño le enmiendo: «… siempre será útil denunciar o alertar los problemas, mucho mejor aún si con el toque de alarma se
ofrecen remedios».

Le quiere y abraza, por razones de historia, complicidad de matrias y compañerismo de viaje, desde Guáimaro,

DME.

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Manzanillo de Cuba, 17 de julio del 2020.
«Año de la Covid-19»

Mi querido D:

Burlarse sana y responsablemente de la muerte nos ayuda a vivir; así pues, empieza esta respuesta parodiando un hábito que, felizmente, ha ido perdiendo terreno entre nosotros porque es un absurdo creer que los años han de llamarse por los intentos de proezas o los aniversarios de triunfos; aunque, preciso es reconocerlo, esa costumbre no la inventaron los hombres vinculados a la Revolución del 1ro. de enero en Cuba; resulta herencia de otro cambio violento: la Revolución Francesa.

Agradezco por más de una razón su carta y créame, el aliento poético y la manera cariñosa en que señala los yerros y expone criterios ejerció sobre mi tal efecto apaciguador -las palabras suaves aplacan la ira, dicen los evangelios-, que estuve a punto de no responderle; empero, mi salvaje naturaleza, independiente e indomeñada, me anima a responder sus líneas en idéntica tesitura, como si fuera un hermano que escribe a otro, que aquellos que han peleado en la oscuridad, aunque no se conozcan, son hermanos.

Su misiva alegra, primero, porque confirma que entre los cubanos de hoy existe tropa suficiente para el honor; segundo, porque la prosa del «regaño» demuestra que podemos opinar, discutir e incluso disentir sin injuriar o lastimar; tercero, porque emplearé la carta (sin mencionar el remitente), para exponer en intercambio público que sostengo en la UNEAC, ideas y propuestas públicas que desde hace años blando en nombre del procomún (el espacio se titula «Verbo, letra y más…») y cuarto, porque brinda en bandeja de plata la oportunidad de explicitar, no ripostar ni contradecir, las ideas que me enmiendas en la plana.

D…, del mismo modo que los meteoritos troquelan cráteres en la luna, parece que el equívoco de reemplazar el verbo «paliar» por «palear» está grabado en mi subconsciente, como si no supiera yo que palear es trabajar con una pala; y es que en más de una ocasión he cometido ese gazapo y más de uno lo ha señalado. Parece que la urgencia por dar clarinada y evitar la implementación de medidas que dañarían a no pocos cubanos puede explicar el equívoco; pero no lo justifica, del mismo modo que no puede disculparse la poesía por ser patriótica; pues, toda vez que es arte, debe ser brillante como el bronce y sonora como la porcelana. Agradezco entonces tu llamado de atención a ver si de una bendita vez acabo de «palear» tierra sobre el uso incorrecto del verbo «paliar» y entierro el error gramatical que puede servir de excusa a los adversarios porque en verdad, solo escribe claro quien piensa claro.

Toda palabra que se respete ha de tener filo y punta, así corta y penetra. No quise yo que, como el marabú, mi aserto hubiera rasgado tu sensibilidad y si bien es cierto que para curar es preciso conocer y en el caso que nos ocupa criticar, denunciar o alertar, nada más pasivo que dicha postura. El asunto no estriba en interpretar el mundo; sino, en transformarlo y la transformación es acción, no parlamento. Permíteme una vulgarización para que entiendas el punto de vista al cual me adhiero: de nada sirve que vayas al médico con una dolencia y este diagnostique tu enfermedad para luego retornarte a la casa sin tratamiento alguno, tal proceder no aliviará tus males y estoy seguro preferirás no acierte en el diagnóstico; pero, aunque sea por carambola, indique un medicamento capaz de devolverte la salud. Lo mismo sucede en el cuerpo social, por lo menos así piensan y sienten quienes sufren la historia.

Enrique José Varona, ilustre camagüeyano y mentor de la juventud cubana hacedora de la Revolución de los años 30, mejor poeta, pensador, filósofo y educador que tu y que yo juntos, dijo: «Piensa mal y acertarás» Esa máxima acompaña mis batallas ciudadanas porque sé cumplidamente que las estructuras de poder, para evitar salirse de su zona de confort, acostumbran tildar al libre pensador, al hombre que vive sin precio, al patriota, de francotirador, de subversivo, de problemático; por tanto, para restar fuerza a sus falacias, junto a la denuncia de los males que nos asedian, ofrezco soluciones para intentar quebrarles el hábito de deslegitimar la crítica buscando segundas intenciones, veladas acechanzas o torcidos propósitos en ideas que tienen una sola lectura: servir, que será siempre más hermoso que brillar. Ese mismo cubano, avezado conocedor de la naturaleza humana, también sentenció: «Todo el mundo anuncia catástrofes, pero nadie ofrece soluciones» Es pues, esta norma del sentido común -lamentablemente el sentido que más comúnmente falta a los hombres-, la que impulsa mi acción ciudadana. Por cierto, la frase aparece en libro «Con el eslabón», publicado por la editorial El Arte de Manzanillo bajo el sello de la Biblioteca Martí.

Y de José Martí, el hombre que más me ha dado después del Cristo y guía de mis obsesiones por Cuba, quien entendió como nadie a los hombres de su tiempo, he aprendido más de una lección en cosas de gobiernos. Es cierto, su tiempo no es el nuestro, empero los hombres siguen siendo los mismos, cargados de pasiones, miedos, sueños y ambiciones y se ha de aprender a adivinarles el alma y espolearles la honra para que desempeñen su puesto en el gobierno de la mejor forma posible; además, y no pierdas de vista esto, la respuesta a un problema no es única y si estamos interesados en un tipo de solución específica, debemos hacérsela ver para después evitar las lamentaciones acusándolos de haber implementado la peor solución o una que no satisface nuestras expectativas.

Decía el más querido de los cubanos en el mayo mexicano de 1875: «Si el gobierno yerra, se le advierte, se le indica el error, se le señala el remedio, se le razona y se le explica […]» como puedes ver, son ambas cosas al mismo tiempo, látigo y cascabel, y como si predijera que hablaríamos de esto casi siglo y medio después, explana en junio de ese mismo año: «Cuando el acto de una administración es malo, no ha de corregirse con injuriar al que es responsable de él, sino con señalar sus defectos, y enseñar la manera con que el que lo censura lo corregiría». Al poder de tal carga pedagógica solo puede oponérsele la razón de la fuerza y en el caso de los gobernantes cubanos actuales, esa estrategia no le es dable.

Mi caro compatriota, no desestimo para nada tu propuesta; de hecho, la considero óptima, pero como tal situación no deviene regla mas bien excepción, entonces denuncio, porque elaborar una crítica sin ofrecer remedio o denunciar un mal sin proponer cura, viene a ser como mercancía sin realización o acto sexual sin orgasmo; o sea, algo sin o con muy poca utilidad y nosotros, empeñados en el servicio a nuestros semejantes, tenemos la obligación de ofrecer soluciones, no es hora del diagnóstico, es tiempo de la cura, mucho se ha padecido y padece, crueldad sería seguir hablando de la llaga cuando el dolor nos come cual fiera el costado.

Recibe un abrazo en Cuba y el sincero deseo de Paz y Salud para ti y tus seres amados, estén donde estén.

Delio G. Orozco González.