Resumen: Una visión del domingo 24 de febrero de 1895.
Por: Delio G. Orozco González.
Historiador.
Manzanillo de Cuba.
El 24 de febrero de 1895 fue domingo y para Cuba -también- día de carnaval. Según el santoral católico: Domingo de Quincuagésima y día de San Matías, apóstol, y San Modesto, obispo. Asimismo, ese primer día de la última semana del segundo mes del año en la mayor de las Antillas, la luna resultaría nueva a las 11 y 14 minutos de la mañana en Piscis y los vientos serían frescos. Y justamente, fue en este entorno religioso, astronómico y festivo, donde comenzó a correr la cuenta regresiva que finiquitó el imperio español en el Nuevo Mundo; pues, esta data marcó el reinicio de la Guerra de Independencia preparada con genialidad señera por José Martí, cuya conclusión determinó el destierro del león ibérico de estas playas.
Según Juan Gualberto Gómez, se escogió la fecha por el hecho ya señalado de haber carnavales; ello posibilitaría el movimiento de hombres a caballo junto al ir y venir sin levantar grandes sospechas. No obstante, la sorpresa no resultó tal, por cuanto el día de la víspera había entrado en vigor la ley de Orden Público de 1870, que establecía la concentración de fuerzas militares ante amenazas de disturbios; lo que sí hubiera resultado sorpresivo era que, con el explosivo ambiente existente en el país, no se hubiese producido una fiesta bélica como la iniciada aquella jornada: luz y brillante, para decirlo a la manera del distinguido intelectual manzanillero Rogelio González Ricardo.
La historia ni se hace ni se escribe sola, tales acciones son inherentes al hombre, quien adicionando a la falta de información -en el caso de la escritura-, criterios personales, posiciones políticas, intereses de clases o grupales y concepciones historiográficas, convierte a veces a la apadrinada de Clío en excelente émula de las mejores creaciones de Juan Candela.
Llamar «Grito de Baire» al reinicio de nuestras luchas libertarias deviene calificación reduccionista, sentencia equívoca desde una perspectiva histórica e injusta exclusión afirmativa para quienes con sano orgullo reconocen, en sus lugares de residencia, la existencia de hitos, como el ahora analizado, definidores de identidad. Esta situación se agrava cuando en las escuelas o los medios de difusión -por la capacidad y el poder de trasmisión que poseen-, el yerro se extiende y sacraliza. No fue este lugar (Baire), ni el único, ni el primero, ni donde mejor se gritó Independencia o Muerte aquel día; sin embargo, no nos anima tratar de definir cuál o cuáles de los sitios donde se verificaron pronunciamientos cumple la categoría de mejor; ello sería caer en el vicio censurado y prevaricar por cuanto la historia no está para justificar; sino, para explicar.
Hasta el momento, en más de una treintena de lugares se reconoce la brotación patriótica aquel día; por tanto, Baire no fue el único. En sitios de Guantánamo, Manzanillo, Santiago de Cuba y Matanzas, los complotados estaban desde muy temprano del 24 en franca actitud bélica, cobijados por la sombra sagrada del pendón de la estrella solitaria y como se sabe, la patriótica determinación de Saturnino Lora no se produjo en horas tan tempranas de la mañana, por tal razón, no fue tampoco el primero. Cualidad distintiva de un alzamiento militar debe ser, antes que todo y en nuestra opinión, la realización de una acción armada que califique y selle, si es con el éxito mejor, las ideas que lo animan; tal condición, por ejemplo, cúpole al ataque verificado por Enrique Tudela en Guantánamo al fuerte Hatibonico y en Baire no se produce para esta fecha acción parecida, a no ser el tiroteo al cuartel de Jiguaní verificado por Enrique Cutiño Zamora ya en horas de la noche. Entonces, ¿por qué se le sigue llamando, de modo equívoco, al reinicio de nuestra gesta libertadora «Grito de Baire»? La combinación de varios factores ofrecen la respuesta. En primer lugar, entre los llamados «Grito de Yara» y «Grito de Baire» hay más de una infeliz coincidencia: a) fueron acuñados y difundidos, en un primer momento, justamente por los enemigos políticos de la revolución emancipadora (españoles y españolizantes), b) se desconocían sus antecedentes y c) la intención divulgativa era la de desmoronar, desprestigiar y conjurar la brega por la independencia.
En un primer momento, los autonomistas trataron de capitalizar a su favor el pronunciamiento independentista en Baire haciendo todo lo que estuvo a su alcance para lograrlo: desde telegramas en los que se afirmaba la actitud reformista de Lora, hasta la pega, en lugares públicos, de cedulones de este corte; además, España, interesada en promover el enrutamiento reformista del alzamiento le dio a estos sucesos toda la circulación posible y desconoció, por interés o porque en verdad lo ignoraba, lo acaecido en otros lugares del país. Los patriotas por su parte -con toda razón-, reclamaron la raíz indiscutidamente separatista de su pronunciamiento, mientras que plumas de la talla de Martí contribuyeron a darle a Baire el lugar que los enemigos de la revolución pretendieron enajenarle. Así, bajo esta combinación de factores, fue arrastrándose durante mucho tiempo un equívoco histórico que, alentado por la pereza intelectual y la falta de seriedad en la divulgación histórica, se ha incrustado en el identitario cubano; por otro lado, el cliché de llamar Grito a todo movimiento independentista pionero -vicio de una historiografía romántica-, ha extendido y convertido en norma el concepto; sin embargo, en este caso particular, el canon resulta mal utilizado; pues generalmente se aplica, como se ha supradicho, a las decisiones primeras: v. g. Grito de Dolores, de Lares, de La Demajagua.
Después de estas consideraciones, y con la verdad por vanguardia, signo que por suerte ha marcado y seguirá marcando la moral de los hombres por los siglos de los siglos, debemos emprender, despojados de todo localismo estéril, una cruzada amorosa y científica por defenestrar de nuestra historiografía vicios, seudoverdades, planteamientos justificativos y visiones romanticoides que enredan y dañan la aprehensión coherente de nuestro pasado histórico, ariete y adarga cultural de nuestra existencia como nación y conglomerado humano.
El 24 de febrero de 1895 la Patria estuvo de fiesta, y no precisamente por haber sido jornada carnavalesca; sino, porque en sus hijos representada asistió altiva -de nuevo-, al convite de la gloria o el cadalso; y en Baire, Bayate (Manzanillo), Ibarra, Sagua, La Lombriz, El Cobre, La Confianza, Barranca, Holguín y otros muchos lugares, la mesa de la guerra con sus espantos no arredró a aquellos hombres que con desdén de sí se sentaron al banquete. A esta fecha memorable debemos llamarla, con el objeto de esquivar yerros, no herir sensibilidades y adherirnos a la verdad: reinicio de la Guerra de Independencia y si alguien sigue empecinado en llamarle Grito, llámele Grito; pero no de Baire, sino de libertad.
Manzanillo de Cuba, 2000.