Resumen: En torno a la necesidad de un Martí íntegro y completo porque él fue así.
Por: Delio G. Orozco González.
A no dudarlo; la fecha del 28 de enero del 2021 será mirada con indiferencia por la mayoría de los mortales; pero para los cubanos, ese desdén debe estar vedado, en tanto José Martí, nacido en igual día y mes del año 1853, se erige, sin hesitación alguna, en Guía y Padre Espiritual de la Nación Cubana. No se comete yerro si se afirma que no hay, ni ha habido, cubano que haya dado más de sí y con mayor desinterés a su país que Martí, y en manera tan descomunal de darse se cimenta la paternidad antes postulada; más, no en ello solamente, sino, en la manera de anunciar, de prever -que es modo magnífico de salvar-, caminos para Cuba.
Su futuridad, como apuntara Cintio Vitier, no está dada sólo en su inusual capacidad visionaria, sino, y al mismo tiempo, en sí mismo: hombres de su talla no son partidos todos los días; llamando poderosamente la atención la descomunal coincidencia, constante por demás en él, entre decir y hacer, pensar y obrar; o sea, fue una sola pieza y tan auténtico que -como suele decir un colega-, no se le veían las costuras. En esa unicidad ejemplar estriba el José Martí que es y también el que necesitamos; ninguna razón, por legítima que pudiera parecer, autoriza cercenar, acallar o elevar a condición desmesurada sus verdades; en tanto, dichas exageraciones degeneran en deformaciones que inutilizan y convierten en mueca la risa salvadora de lo genuino. Cierto, todo tiene un núcleo y cuando se mira al hombre como a la naturaleza es posible ver en ambos rasgos y destellos predominantes; empero, real es también que entre la luz, la bruma y la sombra tienen un espacio; y no se habla aquí de los defectos y virtudes martianas, reales o no, inventadas o naturales, sino, de la deshonestidad y actitud intelectualmente mediocre que constituye ofrecer, por conveniencia o intereses -la ignorancia se explica por si sola-, una parte de su verdad, porque como él mismo dijera «[…] la pasión por la verdad, que manda callarla antes que decirla a medias».(1)
Llegados a este punto, arrojar alguna luz sobre la pertenencia de José Martí, entiéndase apropiación, resulta básica. Por el amplio diapasón de su legado, José Martí alcanza estatura planetaria; el epíteto del Más Universal de los Cubanos no es gratuito, a pesar de ello, a ningún grupo de hombres, por heredad y obra, resulta más legítima su pertenencia que a los cubanos -a todos los cubanos-, los de dentro y los de fuera; y se remarca ello, porque el vivir en la isla no otorga privilegios en este sentido, al contrario, impone obligaciones mayores; en tanto, el referente dejado por Martí quedó a tal altura que, para poder llamarse martiano, necesítase un real y elevado sentido patriótico desbordado en actos, validando -a plena luz- su decir «[…] la patria, no será nunca triunfo, sino agonía y deber»(2), y por si esto fuera poco, murió en Cuba y por ella, combatiendo. Martí no es parche de pelea, ha de alentar, también pertenecer -y ello sólo en espíritu, como la patria-, a quien mejor interprete y ponga en práctica su legado; por ello, será compañía no tanto de los que crean, sino de los que proclamen y hagan refulgir verdades como estas: «Libertad es el derecho que tiene todo hombre a ser honrado, y a pensar y hablar sin hipocresía», o estén dispuestos a morir «[…] por la libertad verdadera; no por la libertad que sirve de pretexto para mantener a unos hombres en el goce excesivo y a otros en el dolor innecesario». Así pues, todos los cubanos -de dentro y de fuera-, que desoyendo tales esencias pretendan, bajo la advocación de Martí justificar actos y posturas, no hacen más que desnaturalizar su legado y, por amarga derivación, desfigurar el paradigma mayor y más útil en la mayor de las Antillas.
No es menos cierto, tratar de aplicar a pie juntillas el legado martiano, olvidando la circunstancialidad de los nuevos tiempos, deviene quimera irrealizable y por añadidura, error táctico; a pesar de ello, separarse de su numen, que es no reconocer verdades como las supradichas, sería, amén de inútil gasto de energías físicas y mentales, lanzar al país por la senda del despeñadero, por cuanto, tales «[…] verdades (esenciales por demás) caben en el ala de un colibrí, y son, sin embargo, la clave de la paz pública, la elevación espiritual y la grandeza patria».(3)
En la actualidad, la nación cubana está en inmejorables condiciones para llevar adelante un auténtico proyecto de independencia y soberanía nacional. Si durante cuatrocientos años le impusieron Paso Doble; luego, la república danzó al compás del Fox-Trop y el Rock and Roll; más tarde -ya en años revolucionarios-, y a pesar de lúcidos esfuerzos, se creyó aprenderíamos a bailar Polska; hoy, después de la desaparición del campo socialista, los cubanos están listos para bailar Son, el reto estriba en encontrar ritmo propio y ajustarse a la clave cubana, cuyo escondite puede ser descubierto -ya lo está siendo-, cuando se mira al legado que nace en Varela, se abre paso a través de Luz, se grita con Céspedes, glosa con Mella, canta con Rubén y truécase en épica con la «dulce mirada» de Raúl Gómez García; deviniendo acto de fe del presente acontecer, lo amasado por la isla en estos años de indiscutible inopia material; pero, donde la cornucopia espiritual, el ingenio y el «ser cubano», han asumido, como nunca antes, el papel de gerentes de una verdadera cubanía. Cuando Martí, en 1891 y a propósito de la Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América escribió: «[…] aún cuando la grandeza sea genuina y de raíz, sea durable, sea justa, sea útil, sea cordial, cabe que sea de otra índole y de otros modos que la grandeza a que puede aspirar por si, y llegar por si, con métodos propios, -que son los únicos viables-, un pueblo que concibe la vida y vive en diverso ambiente, de un modo diverso […]»(4), parecía escribir para los cubanos del tercer milenio.
José Martí es, entre otras cosas, un político genial, escritor de inauguraciones, periodista de recia estatura, revolucionario de marca mayor, antimperialista, antirracista, latinoamericanista y, también, el creyente en la perdurabilidad del alma y en otra vida; el cubano de una ética fulgurante con arquetipo primero en Jesús de Nazaret; además, el hombre que comenta, con pensamiento propio, La futura esclavitud de Herbert Spencer y prologa, como sólo él sabía hacerlo, Cuentos de hoy y de mañana, de Rafael Castro Palomino. Preciso es reconocerlo, ninguno de estos escritos han sido suprimidos o adulterados de los textos martianos publicados en Cuba; eso sí, han adolecido del abundante tratamiento dado a los otros temas que, por constantes -y no siempre felices-, han saturado el entorno martiano, haciéndolo, cuando menos, redundante para la mayoría, amén de haber dado motivos a los enemigos de la revolución; quienes la acusan, por este silencio para ellos sospechoso y culpable, de evitar temas que podrían enfrentarla con el paradigma proclamado.
Esquivar el estudio de «espinosas» aristas martianas tiene, aparte de la anterior implicación acotada, una mucha más grave: puede provocar entre los cubanos un peligroso desaire ante la vida y obra del Apóstol, extrañándosele, por efecto secundario, la orientación más preclara en el mantenimiento y desarrollo de su identidad como pueblo. Y ello, de suceder, constituiría un crimen de lesa patria; Martí nos ha dado y seguirá dando, porque como dijera Gabriela Mistral: «es una mina sin acabamiento»; a los cubanos toca sacar a la luz lo guardado en sus entrañas y para ello debemos entrarle del mismo modo en que se entra a la verdad -sin miedos ni prejuicios-, «[…] con la camisa al codo, como entra en la res el carnicero»(5)
Finalmente, y como botón de muestra de los tratamientos incompletos o incoherentes que impiden la asunción de una cultura integral martiana, se comenta el tratamiento, uso y abuso de las citas a partir de los textos de José Martí. Ilegítimo no es tomar un trozo de su pensamiento y con él, como muchas veces hace quien escribe estas líneas, ponerlo por delante, no como adarga, sino, más bien como lanza; pues de coraza le basta la convicción con que lo emplea; pero a la divulgación y campañas públicas, al discurso político, y sobre todo a la enseñanza, le son imprescindibles -por utilidad axiológica y científica-, el ajustarse al espíritu y a la letra de lo dicho por Martí para evitar, producto de un facilismo empírico y festinado, las incorrectas apreciaciones y apropiaciones de su legado escritural.
Por ejemplo, cuando se trata de legitimar la vocación internacionalista de la revolución, muchos acuden -ipso facto-, a la frase «Patria es Humanidad», errando por partido doble; pues, ni humanidad la escribe Martí con mayúscula ni la frase termina ahí; y esto no es lo peor, sino, la pérdida de lo que este articulista supone: el concepto más maduro de patria dado por el Maestro, expuesto, justamente, cuatro meses antes de morir. No refiere el Apóstol en esta ocasión, la innegable universalidad de la condición humana, al contrario, focaliza la patria en el pedazo de humanidad que el destino reservó por cuna y en el cual ha de cumplirse el deber de humanidad; a pesar de que a menudo, con el santo nombre, se alimenten religiones ventrudas, monarquías inútiles y políticas ladronas y mentirosas.
Si el pensamiento antimperialista latinoamericano eclosiona con Bolívar, con Martí llega a su cumbre, no sólo por la manera en que lo sistematiza; sino, y por encima de todo, por la manera de visionarlo; de este modo, nada más legítimo que emplear sus barruntos y aciertos para escrutar la política cesárea contemporánea; más, la inconsecuencia radica en promover como valor el odio al imperialismo bajo la tutela de Martí; pues, si hubo sentimiento que el Maestro execrara de forma absoluta, ese fue el odio y ello, por razones poderosísimas: «El odio es un tósigo: ofusca, sino mata, a aquel a quien invade»(6); además, por la extraña capacidad de las malas hierbas de reproducirse y extenderse con inusitada rapidez, este podría gangrenar otros espacios conductuales. La solución está en estudiar y denunciar los métodos imperiales, combatirlos por cuántos medios sean posibles y lícitos, y si algún sentimiento podría albergarse, el desprecio sería suficiente. Cuando un día la Roma moderna caiga -que un día habrá de caer-, y si en su viaje de ida no arrastra consigo a la humanidad, la vida y obra martiana nos seguirá alumbrando; en tanto, su esencia no resulta sólo un legado antiyankee, posee, además, honda médula humana.
La vuelta de Cuba a sus orígenes ha propiciado el inicio del estudio a profundidad del pensamiento cubano. Este nuevo aniversario del natalicio de José Martí presupone no sólo un homenaje, requiere, ante todo, un esfuerzo intelectual y político para desde ya comenzar a aprehender en su totalidad la ontogénesis martiana. El fue un hombre íntegro y multiforme, así lo necesitamos.
Notas:
1.-Valdés Galarraga, Ramiro. Diccionario del Pensamiento Martiano. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2002, p. 672, asiento 8877.
2.-Ibid. p. 505, asiento 6725.
3.-Ibid. p. 671, asiento 8857.
4.-Martí, José. «La conferencia monetaria de las Repúblicas de América». En: Dos Congresos. Las razones ocultas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1985, p. 160.
5.-Loc. Cit. 1, p. 672, asiento 8871.
6.-Ibid. p. 478, asiento 6380.