El viaje de Pablo Walterio

Resumen: Un hecho subrealista.

Por: Delio G. Orozco González

El cielo estaba gris y pasadas las cuatro de la tarde del jueves 30 de junio, sobre las calles y techos manzanilleros el agua se desprendió con rápida intensidad. El desagüe descubierto, hace más de 50 años, de un tramo de la calle Pedro Figueredo («la cañada»), subió inmediatamente y amenazaba con salirse de su cauce.

Pablo Walterio Piña Morales, con 63 años a cuestas y las angustias adicionales que estos tiempos depositan sobre los cuerpos y el espíritu de las gentes, se acercó al borde que discurre frente a su morada entre las calles Tivolí y Girona con un saco de basura en las manos y al instante de tratar de verterlo a la corriente resbaló… principió así el viaje. El torrente se apoderó de su cuerpo y alma, la gente gritaba, en la esquina de San Salvador le imploró a un vecino: ¡Sálvame!, el joven extendió la mano pero no pudo asirlo, unos metros después la corriente lo sumergió sobre la zona tapada y lo llevó entonces a la arteria paralela: Narciso López para, dos cuadras más abajo, pasar por debajo del mercado La Kaba y reincorporarlo nuevamente al alcantarillado de la mencionada Pedro Figueredo.

En este segmento de la «cañada», frente a su casa, cayó Pablo Walterio.

Los primeros 70 metros del viaje a cielo abierto de Pablo Walterio.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Iba con los pies por delante, no soltó el saco que puso en la nuca para evitar golpearse. Al llegar a la intersección de Loma y Pedro Figueredo sintió el efecto inmediato de la aceleración: a mayor inclinación mayor velocidad: «¡Ay! Dios mío. Estoy perdido», es quizá lo único que recuerda de aquellos minutos de vértigo en los que no podía pensar, solo se dejaba arrastrar.

Por aquí entró Pablo al segmento cubierto del alcantarillado que lo llevó a la calle Narciso López para luego regresar, impulsado por la corriente, al alcantarillado de Pedro Figueredo.

En la superficie, el bullicio y los gritos de los vecinos alertaron a las autoridades. Por encima corrían los «rescatistas», por debajo iba Pablo; quien, asegura no haber tragado agua y, cuando veía la claridad de las alcantarillas, levantaba o sacaba la cabeza de la corriente, respiraba y se dejaba llevar… era lo único que podía hacer. Recibió golpes en las piernas, la espalda y la cabeza; los raspones son visibles pero ninguna contusión comprometedora para la vida. Un kilómetro después aproximadamente termina el viaje subterráneo de Pablo. El alcantarillado de la calle Pedro Figueredo finiquita en la Avenida 1ro. de mayo; el viajero sale por la exclusa y aferrado a un tronco, casi exhausto, recibe el golpe continúo del agua que va a parar al fangoso y manso Guacanayabo.

Por aquí salió Pablo del alcantarillado de Pedro Figueredo.

Basilio Contreras, en el mismo lugar donde recogió al aturdido viajero.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pablo, en shock, no sabe donde se encuentra; mientras Basilio Contreras; quien ha vivido toda la vida a la vera del mar lo encuentra y saca del torrente. Lo llevan al hospital, hacen radiografías y le curan las heridas, incluso le ponen un yeso por un posible esguince, pero decide quitárselo al otro día; a fin de cuentas, ha vencido la muerte en un viaje por el inframundo manzanillero y un vulgar yeso no constituye medalla, distinción o blasón alguno.

Tres días después la sublime y letárgica rutina diaria embarga a Pablo; sin embargo, pocos como él pueden contar una historia de vida donde el abandono, la imprudencia, la suerte y el milagro escribieron con su tinta.

Nota necrológica: Lamentablemente, pocos días después de publicado este relato, víctima de una sepsis generalizada, producto de la inmersión en las agua pútridas e infectas del alcantarillado manzanillero, Pablo Walterio murió.