Resumen: Sobre los callejeros, los mendigos, los vagabundos… también seres humanos.
Por: Delio G. Orozco González.
Aúllan en el alma los sentimientos -como el agua de la represa al estallar el muro que la contiene-, cuando los hombres de bien ven padecer a sus semejantes, y que conste, el peligro no estriba en ver; sino, en aceptarlo como natural; pues, llegados a ese punto, poco o nada puede esperarse de un pueblo que ignora o abandona a los más vulnerables.
¿Qué pueblo de Cuba no tuvo loco ilustre o alegre o peleón o cómico? Han sido parte de nuestro ser y, aunque a veces la chiquillada inmadura los mortificaba, siempre aparecía un samaritano para detener el mal rato que les hacían pasar y que, vaya usted a saber si en sus elucubraciones oníricas y fantasmagóricas, estos momentos les resultaban necesarios para sentirse reconocidos. Manzanillo tuvo los suyos: Viltres, Manolo, Esperancita y muchos más; empero, no defecaban o miccionaban en la vía pública, no apestaban como urinarios, no dormían en los portales, no mendigaban el mendrugo de pan: no eran materia descartable. Hoy preocupa el número de mendigos o deambulantes que pululan por nuestras calles y es que a diferencia de sus predecesores, estos no son motivos de diversión o de burla -si es que alguna vez corazón entero tuvo el valor de mofarse de la locura-; sino, de vergüenza ciudadana.
En la ciudad existió una “Casa para Deambulantes”; empero, como ya es costumbre en nuestra práctica política, “alguien de arriba” dijo que Manzanillo había violado y se terminó el amparo a estos seres sumiéndolos en un estado de miseria humana que espanta y, según Martí, la miseria no es una desgracia personal, es un delito público.
Dolorosa resulta una situación que no solo a gobernantes atañe; sino, a las familias de estos manzanilleros que tuvieron la desgracia de nacer en un seno que no hace por ellos todo lo que debe. A lo mejor quieren pero no pueden, a lo mejor pueden pero no se les exige; sin embargo, en virtud de la indiferencia de unos, el desamor de otros y la despreocupación de aquellos, ahí están como baldón de nuestra práctica social. Es cierto, no podemos cercenarle el derecho a deambular libremente por su tierra; empero, confundir ese derecho con el desamparo no tiene asidero legal ni ético alguno; de modo que tales argumentos, más que explicación creíble parece justificación ante un estado de cosas que no admite más que una sola respuesta: solucionar el problema.
¿Será que ante el batir de los vientos y la velocidad de navegación reducida casi a cero es preciso deshacerse del lastre?, ¿hoy empezamos por estos seres, a quién abandonaremos después? Digno de alabanza era el valor de los espartanos en la guerra, no su práctica de despeñar lisiados o enajenados mentales imposibilitados de tomar las armas; Cuba no desea, no quiere ser así. Manzanillo tampoco.
Manzanillo de Cuba. Martes 20 de junio de 2017.