Resumen: Semblanza humana del mayor general y último presidente de la República en Armas, enterrado en el cementerio de Manzanillo.
Por: Delio G. Orozco González.
El sábado primero de enero de 1831 Don Miguel José de Espinosa, Presbítero Cura de la parroquial de San José y Santa Rita de Yara bautizó, puso óleo y crisma con las bendiciones eclesiásticas a un niño de diez días de nacido al que habían dado por nombre Bartolomé de Jesús. Provocaba así Bartolomé Masó Márquez, una primera huella en los lares de Clío; mientras la no especificación del día del alumbramiento creaba duda, pues si asumimos que la decena de días incluyen el del bautizo, el de su nacimiento debió ser por tanto el 22 de Diciembre; más, es el mismo Bartolomé quien elimina todo tipo de dubitación cuando en unos datos autógrafos señala haber nacido el 21.(1)
Su llegada al mundo se verificó en un predio rústico situado en el poblado de Yara nombrado «Cerca de Pie», perteneciente administrativamente para ese entonces a la jurisdicción de Bayamo(2), en tanto Manzanillo no había adquirido aún personalidad propia como instancia gubernativa, siendo para esa fecha partido de la villa bayamesa.(3)
Fueron sus padres Don Bartolomé Masó y Randés, natural de Cataluña, y Doña Josefa Benito Márquez y Márquez de Bayamo. Los abuelos paternos eran Bartolomé y Antonia, mientras la abuela materna respondía a la gracia de Doña María del Rosario Márquez.
Fue Bartolomé el primogénito de la familia; pero la descendencia de los Masó-Márquez sumó siete. Los varones eran Rafael, Valentín e Isaías; las hembras: Antonia, Eligia y Josefa Amalia, quienes nacieron en 1839, 1843 y 1844 respectivamente.(4)
Ya contaba Bartolomé con 9 años, cuando la familia se radicó definitivamente en la ciudad de Manzanillo, pues su padre, elegido miembro del Cabildo con la dignidad de Regidor y Subdecano, debía asistir con periodicidad semanal a las reuniones de la corporación.(5)
Debió entonces el párvulo haber recibido las primeras letras con alguna institutriz, en tanto la educación en el villorio de aquel entonces no estaba a la altura de su prosapia, mientras los estudios de filosofía, letras e idiomas, los cursó en el convento bayamés de Santo Domingo, el mismo donde recibiera instrucción el egregio Carlos Manuel de Céspedes.(6)
Deseaba Masó, como la gran mayoría de sus coetáneos con posibilidades, dedicarse a la carrera de abogado; pero, cuando ya se preparaba para marchar a Europa a continuar sus estudios, hubo de abandonar la idea; siguió, según él, consejo de los médicos debido al padecimiento hepático que le aquejaba. Y debemos señalar aquí que fue esta dolencia rémora inseparable del patricio hasta su muerte, y no faltan apuntes en su diario durante los años de la guerra necesaria (1895-1898), donde la enfermedad le martirizaba e imposibilitaba hasta montar a caballo, debiendo hacerse, para lograr alivio, curas dolorosas.(7)
Como los cargos en la corporación gubernativa local eran vendibles y renunciables, su padre hizo dejación del suyo en nombre de él, pero Bartolomé no lo aceptó, actitud asumida también cuando el Gobernador Toribio Gomerrojo, pretendió distinguirlo con el empleo -aún no suficientemente vilipendiado- de Teniente de Voluntarios. Pensó entonces en ser escribano público, y teniendo ya comprada la escribanía desistió del propósito pues los consejos del padre y los amigos, conocedores de su temperamento, le hicieron abandonar el empeño debido a la no correspondencia de su carácter con el puesto pretendido.(8)
El 25 de noviembre de 1858 se casó Bartolomé Masó con Adela López-Chávez y Vila, unión que, por las amarguras y sinsabores acarreados al manzanillero, hubiera sido mejor nunca realizar.
Dos años después, o sea 1860, se hace cargo de la Tesorería Municipal, puesto mantenido por él hasta fines de 1865 momento en que lo abandona por propia voluntad. En esta misma fecha es elegido, junto a Carlos Manuel de Céspedes y Joaquín Oro y Ramírez, regidor; no obstante, como la proposición elevada al Capitán General para su aprobación llevaba como anexo el título de filibusteros, el trío en cuestión fue rechazado; motivo por el cual, en son de alegría pues lo libraba de un compromiso demasiado oficial, Masó exclamó: «Señores, este acto debemos calificarlo de providencial.»(9)
Distinguió a los constructores de la patria su preocupación por cultivar el espíritu en todos sus ámbitos, y no fue Masó una excepción. Cuenta Tirado que por el año 1863, en unión de Ginés Escanaverino de Linares, compró una imprenta, debiendo algunos meses después reintegrar a su socio la parte de capital que había puesto en el negocio. Quedó entonces sólo, como mecenas, a cargo del sostenimiento de los gastos de impresión del periódico El Comercio, rotativo donde figuraba como Director y Redactor el valeroso joven puertorriqueño Lorenzo Puentes Acosta.(10)
En 1867, cansado tal vez de los aires citadinos o en busca de mejor suerte, decidió retirarse a unas de sus fincas, posiblemente San José de Blanquizal; sin embargo, en este momento ya algo ocupaba su pensamiento de manera permanente: la independencia de Cuba.(11)
Por fin, al año siguiente: ¡el 10 de octubre! Y cuando ese día memorable en La Demajagua se proclamó la independencia de Cuba, allí estaba Masó. La tradición ha encumbrado -con sobradas razones- al Padre de la Patria por el acto sublime de libertar a sus esclavos convidándolos, al mismo tiempo, sumarse al esfuerzo liberador; más, no fue él, el único que libertó a sus siervos; los hacendados que le acompañaban le imitaron ipso-facto, y Bartolomé fue uno de ellos.(12)
Así, con la dignidad como pendón, marchó a la guerra junto a sus hermanos Isaías y Rafael quienes inscribieron sus nombres en la larga lista del martirologio cubano por la redención de la patria. Diez años duró la brega, y después de la campaña, vuelve, con hambre de hogar, en busca de una porción de gozo familiar con la cual restañar las heridas; pero, que triste es la recompensa de los héroes vencidos. Su compañera, ¿será digna de llamarla así?, creyéndole muerto ha contraído nupcias nuevamente y para hacer más ignominiosa la afrenta engendra un hijo; a terminar la obra viene la ley, el código civil español no contemplaba la disolución matrimonial.(13)
Tan grande y profundo fueron los desencantos que no halló alivio en otra cosa, sino en marcharse del país e ir a recalar a Colombia, donde se hallaban sus hermanas a quienes trajo de vuelta a Manzanillo, dedicándose de nuevo a las faenas del campo.
El estallido de la Guerra Chiquita lo sorprende en los trajines de acrecentar su hacienda, y a pesar de no estar vinculado, el sólo hecho de haber sido hacedor de la guerra larga y señalado patriota, fue suficiente para llevar a vías de hecho su detención y deportación. El 5 de octubre de 1879, es conducido a Santiago de Cuba y recluido en el Morro; días más tarde, lo trasladan a Puerto Rico junto a Emilio Bacardí, Federico Pérez Carbó y otros, guardando prisión en tierra borinqueña por espacio de tres días. De aquí pasó en calidad de reo a España, otorgándosele la ciudad de Cádiz por prisión, estando encerrado tiempo después en las mazmorras de Melilla y Ceuta.(14)
Alcanzada la libertad recorrió España, Francia, Italia e Inglaterra. Visita edificios y monumentos, teniendo como lugar obligado en sus peregrinaciones los cementerios y no por un gusto macabro o enfermizo; sino, por el convencimiento de que el hombre no es tal hasta que la muerte no lo completa.
Ya de vuelta a la patria conoce a quien de cierto fuera su compañera en cuerpo y alma: Francisca Rosales Antúnez (Panchita)(15). Tenía la fémina en 1882, momento del encuentro, 22 años; y es quizás la diferencia de edad entre ambos el motivo por el cual, en más de una ocasión, Masó trató de restarle años a su almanaque personal deseando, en alguna medida, parecer más joven, o quizás, tratando de evitar la comidilla malintencionada de necios aldeanos(16). Excusémosle pues dicha vanidad.
Tan hermosa relación, que ni la muerte pudo disolver pues Doña Panchita jamás unió sus destinos a otro hombre después de muerto el General, no dio frutos; tal vez, alguna esterilidad biológica impidió a Bartolomé Masó prolongar la especie, razón por la cual volcó sobre sus sobrinos, especialmente Bartolomé Masó Martí y Rafael Masó Oro, el cariño que como padre la naturaleza le prohibió entregar a un hijo.
El período entre guerra fue para Bartolomé Masó momento oportuno en el intento por agrandar su fortuna, más no por ello estuvo alejado de los sucesos patrios. Su estancia en Panamá durante el año 1885, le permitió estar dentro del Plan Gómez-Maceo, en tanto las reiteradas proposiciones hechas a su persona en Manzanillo con el objeto de que asumiera la dirección del Partido Autonomista fueron rechazadas una tras otra.(17)
Como la muerte en la guerra es el suceso más cotidiano, y estando ya vinculado el patricio a la gestación de la epopeya necesaria, decidió dejar en claro la pertenencia de sus propiedades para que el orden y el concierto reinaran a la hora de dividir los bienes e impedir, por qué no, las tradicionales querellas surgidas en estos casos. Por eso, el 9 de Octubre de 1894 ante el notario Jorge Carlos Milanés y Figueredo, otorgó testamento desheredando a su esposa Adela López Chávez y nombrando albaceas a sus hermanas y a su sobrino Bartolomé Masó Martí a quienes designó herederos por una mitad y por la otra a su sobrina Gloria Masó de Céspedes, y en defecto de ella, los hijos que dejare.(18)
El valor de sus propiedades ascendían en ese momento a 50 mil pesos y las legaciones directas en el testamento fueron las que a la letra se señalan:
A Francisca Rosales, la finca «Colmenar de Bayate» comprada en 1890 con una extensión superficial de 51 caballerías.
A Rafael Masó Oro, la finca «Jagüeicito» de 40 caballerías.
A Rita Masó Toledano, la cantidad de 1060 pesos oro del cuño español.
A sus hermanas, por terceras partes, el usufructo del colgadizo de mampostería y medio solar contiguo número 31 de la calle San Pedro Mártir (hoy Calixto García), esquina a Tacón (hoy Plácido), el cual, sustituyéndose una tras otra hasta el fallecimiento de la última, pasaría a su sobrino y ahijado Rafael Masó Oro.(19)
No obstante, al momento de su muerte, el caudal había mermado considerablemente pues el general había dispuesto de muchos bienes y otros habían desaparecido en la guerra, calculándose entonces un total de 16.425 pesos en bienes inmuebles (2 fincas urbanas y 7 rústicas), pero como Masó tenía deudas por un monto de 11.425 pesos, lo heredable se redujo a 5 mil, ajustándose esta cantidad a la última voluntad del testador.(20)
Entre los rasgos sobresalientes de Masó la tolerancia realza; empero, la probidad no es menos.
Sabido es que en vísperas de ponerse fuera de las leyes españolas, y no obstante los multiples cuidados que le asediaban en los postreros instantes de la conspiración y organización del movimiento de que era jefe; se ocupó, como un deber primordial, de solventar hasta el último centavos de sus deudas, tanto aquellas de índole personal como las contraídas en concepto de financiamiento o refracción de sus empresas agrícolas.(21)
Y fue Panchita, quien después de recogido el dinero, lo entregó a Ramón García, dueño de la tienda El Paraíso, el cual quedó encargado de satisfacer los acreedores. Debido a ello, cuando el clarín anunció el 24 de febrero como la hora cero, allí, expedito, estaba Masó, libre de todo compromiso y ataduras morales que empañasen, por él o sus actos, la obra que con olímpica honradez había preparado Martí para redimir un pueblo, mejor, un continente.
Ahora bien. ¿Cómo era aquel que desde la estatura de la sencillez llegó a representar una nación? Así lo vio un hermano de causa en los momentos primigenios del 95.
Era Masó un hombre de sesenta y cuatro a sesenta y cinco años; pero, pese a tal edad, se conservaba todavía relativamente vigoroso. Su estatura era menor que mediana, poquedad física ésta a la que él no se resignaba y que trataba de compensar calzando unos zapatos de tacones desmesurados, artificio que, a cambio de darle la apariencia de una pulgada más de talla, le obligaba a caminar balanceando el cuerpo a un lado y otro como un patojo. Su cabeza, en cuyos cabellos alternaban aún el color negro original de los años primaverales con el níveo de la edad senil, era de formas y proporciones regulares; la frente un tanto arqueada, tersa y espaciosa; los ojos, sin ser definidamente negros, eran de tranquilo mirar.
Una barba rala e hirsuta, rasurada en las mejillas y crecida en forma de perinola bajo el mentón, daba tipicidad al conjunto de su fisonomía. Aunque de suave exterior, y en el fondo de veras bondadoso, no carecía empero de la suficiente energía de espíritu para llegar hasta el sacrifico de sus intereses y de su persona en la práctica de sus ideas, ni tampoco de la autoridad y firmeza de carácter para hacer que los demás cumplieran sus respectivas obligaciones.(22)
Y con este ser, los campos de Cuba le vieron nuevamente en el empeño sagrado de forjar patria. Y sépase, que no fue más grande por alzarse en Bayate, sino, por rechazar con inmenso decoro, proposiciones de paz legando a la historia la frase con la cual selló su decisión: «[…] Por encima de todas las consecuencias […] está mi dignidad».
Primero como Vice, después como Presidente de la República en Armas, atendió y en gran parte resolvió el pedimento de sus compatriotas que desde la manigua le solicitaban interpusiera sus buenos oficios para que el Prefecto les diera una vaca con la cual alimentar la desmedrada familia, lograr un traslado, un nombramiento o el reconocimiento de grados militares por los servicios prestados.
Al finalizar la guerra retorna a su tierra natal porque como el mismo dijera «[…] paréceme que siempre iré a Manzanillo […] ocupándome inmediatamente de levantar un bohío en mi antigua finca y allí trabajaré tranquilo y satisfecho de mi estrechez que es el timbre más honroso y el único que verdaderamente me enorgullece.»(23)
Su entrada a Manzanillo se produjo en noviembre de 1898 y el pueblo eufórico, agasajó y vitoreó al héroe. Luego, con Panchita y su sobrino Rafael, fue a Jamaica sitio en el cual trató de restablecer la salud, ver la familia e hizo algunas transacciones comerciales para impulsar la hacienda abandonada.
Después de una corta estancia en la isla caribeña retorna a Cuba, tiene la salud bastante resquebrajada, el senado le ofrece una dádiva cuantiosa para costear tratamientos médicos pero la rechaza; y sigue, sin grandilocuencias, viviendo hasta el momento de su muerte, acaecida el viernes 14 de junio de 1907 a las 6 de la tarde. Un diagnóstico de reblandecimiento cerebral es la causa del deceso; mientras el cadáver, embalsamado por los doctores Amado León Bello y Juan P. Sánchez a un costo de 300 pesos, fue expuesto en el Ayuntamiento y sepultado el Domingo 16 en horas de la mañana.(24)
Con la muerte se le agigantó la estatura, y la patria, herida en su menguada soberanía por la segunda intervención norteamericana, tuvo aún fuerzas para tributar honores a su augusto hijo; tributo repetido cuando los patriotas de sentimiento, que son los únicos, de corazón exclaman: Padre, ven y desanda con nosotros el camino de la luz, tú, que nos enseñaste a reconocerla y pelear por ella, apura junto a tus hijos el néctar de la victoria, que es, no lo dudes, el de la gloria.
Citas y Notas:
1.-AHM. Copia de la partida de nacimiento de Bartolomé Masó hecha por el cura Francisco Acevedo. Carpeta 275, No.1.
2.-Sus padres contrajeron nupcias el 12 de junio de 1829. La madre murió el 10 de junio de 1842 y el padre el 13 de septiembre de 1864. AHM. Carpeta 275, No. 1.
3.-Idem.
4.-AHM. Notas biográficas escritas por Modesto Tirado, tal vez, para ampliar su libro Apuntes de un corresponsal. Carpeta 275, No. 1.
5.-Museo Municipal Manzanillo. Actas de Cabildo. 1840-1856.
6.-Loc. Cit 4.
7.-AHM.Datos autobiográficos de la autoría de Bartolomé Masó. Carpeta 275, No. 1.
8.-AHM. Carpeta 275, No. 1.
9.-Idem.
10.-Idem.
11.-Idem.
12.-AHM. Copia del parte del alzamiento de La Demajagua rendido por Bartolmé Masó Márquez el 13 de octubre de 1868 en Naguas.
13.-AHM. Carpeta 280.
14.-Rufino Pérez Landa. Bartolomé Masó Márquez. Ensayo biográfico documentado. La Habana, 1947, pp. 69 y 70.
15.-Panchita Rosales murió el 21 de mayo de 1952 a la edad de 92 años. Un síncope cardiaco terminó sus días.
16.-AHM. Protocolos Notariales. Manuel Fuentes García, 1895, Tomo 1.
17.-ANC. Donativos y Remisiones. Legajo 621, Expediente 6.
18.-AHM. Protocolos Notariales. Manuel Fuentes García, 1908. Tomo 2, folio 1071.
19.-Ibid.
20.-Ibid.
21.-Manuel Piedra Martel. Mis primeros treinta años. Editorial Minerva, La Habana, 1944, p. 132.
22.-Ibid.
23.-Rufino Pérez Landa. Op, cit., p. 287.
24.-ANC. Donativos y Remisiones, Legajo 461, Expediente 23 y AHM, Carpeta 275, No. 2.
Tomado de: Enciclopedia Manzanillo