Resumen: Notas biográficas sobre el más grande campeón mundial cubano de todos los tiempos.
Por: Carlos Ariel Blanco de los Reyes.
En más de una ocasión he sido partícipe de polémicas en torno a quién es el mejor deportista cubano de todos los tiempos, y no solo eso, sino cuál es el deporte que más brillo le ha dado a Cuba en los anales de su historia deportiva. No podemos negar que existen deportes con gran arraigo y popularidad en nuestro país, tal es el caso del béisbol, el boxeo y el atletismo por citar solo tres que han aportado grandes figuras y resultados en eventos internacionales, pero hay otros que han quedado relegados tal vez por haber sido considerados en algún momento y de manera errónea como lucrativos, dignos de personas de baja catadura moral o como una práctica de vagos. En esta ocasión me voy a referir específicamente al Billar , deporte de precisión que se practica impulsando con un taco un número variable de bolas (antiguamente de marfil), en una mesa con tablero de pizarra forrada de paño, rodeada de bandas de material elástico y con troneras o sin ellas y que antaño llenó de orgullo a nuestros ancestros y catapultó a la fama mundial a un coterráneo nacido en Manzanillo, municipio de la actual provincia de Granma, el 28 de abril de 1863, su nombre: Alfredo de Oro. El talentoso billarista comienza su meteórica carrera con solo 15 años cuando su hermano lo lleva a un salón de billar y le pone por primera vez un taco en sus manos, de ahí en adelante este hombre excepcional tejería una larga cadena de triunfos en torneos y campeonatos mundiales que se extendería por más de cinco décadas. En enero de 1881 regresó a Cuba después de un viaje a los Estados Unidos, y ya entonces llamó la atención su juego, causando mucha sorpresa que un muchacho ganara a los grandes jugadores que entonces existían en La Habana, como lo eran “Chuchú” Méndez, García Mastagán, y los apodados “El Simpático”, “Simón el Catalán” y otros varios. Seis años después interviene por vez primera en un campeonato mundial y empata en la cima con los favoritos, pero queda tercero en la discusión de los lugares. Otra vuelta de almanaque y en 1888 el cubano se proclama campeón en un juego reñidísimo que lo favoreció 16 mesas por 15. Al año siguiente De Oro pierde el campeonato contra Albert G. Powers, en juego de “piña continua” (se cuentan el número de bolas y no el de las mesas), pero en 1891 va al desquite y lo vence 600 por 527, para iniciar su increíble leyenda al adjudicarse el título mundial en 18 ocasiones consecutivas. En este período destaca su triunfo en la justa del orbe que se realizó en el marco de la Exposición Mundial de San Luis —al unísono de los Juegos Olímpicos de 1904—, donde triunfó el esgrimista Fonst abrumadoramente. En su número de mayo de 1905, la revista norteamericana Pearson’s Magazine bajo el título de: Como De Oro ganó el campeonato de piña describió su célebre desafío con Keogh, en que al norteamericano le faltaban nueve bolas para ganar y a De Oro 63, las que fue descontando lentamente ante los ojos atónitos de su rival: ¡Faltaba una! Y esa una estaba a un pie de la tronera, y la tiradora a un pie más de distancia, en línea recta. No había un solo hombre en la desbordante concurrencia que no se sintiese capaz de colarla. Y no había uno tampoco que no hubieses dado lo mejor en el mundo por tener ese honor. Con toda su calma estuvo apuntando, para que la delicia del momento se prolongase, momento del que no volvería a gozar, y finalmente cuando la anhelante multitud no quiso esperar más y expresó su intensa emoción en inmenso y entusiástico vocerío, tiró acertando, al mismo tiempo que todos los que se hallaban en el salón lo estrujaban en una ola de congratulaciones por el final de torneo más hermoso que se ha jugado jamás en una mesa de piña. El 1 de marzo de 1922 fue derrotado por el campeón mundial Johnny Layton, y once años después, a los 71 años, cuando todos pensaban que descansaba de las bolas y los tacos, regresó y se proclamó vencedor frente al campeón de ese año que, era también Layton, con la serenidad imperturbable que siempre lo caracterizó. Al año siguiente anunció su retiro que tanta fama le dieron a él y a Cuba. Murió en los Estados Unidos en 1948 a la edad de 85 años. Fue exaltado póstumamente al Salón de la Fama del Congreso de Billaristas de América en el año 1967. Su nombre, junto a los del ajedrecista José Raúl Capablanca y el esgrimista Ramón Fonst, brillan con luz propia en las páginas gloriosas del deporte cubano.
Fuente: https://martindihigoelmejor2013.cubava.cu/2016/09/02/el-hombre-que-hizo-honor-a-su-apellido/