Quien no sienta amor por la tierra donde nació, tal vez nunca logre amar al lugar donde le lleve el destino, porque el espacio del alma que afirma en la niñez la riqueza del entorno primigenio se cultiva en el hogar congénito y desde el barrio de la infancia se abre a lo universal.
El libro Puerto Real del Manzanillo, de José Miguel Remón Varela, me confirma esta creencia, pues el autor que evoca en sus páginas la ciudad en que vino al mundo, no vive en ella desde los 13 años. Sin embargo, cruza en las páginas por sus calles, esquinas, edificaciones, parques, malecón, clubes, como si nunca hubiera estado lejos del paisaje donde tuvo sus primeros asombros, juegos y amigos. Mucho ha de querer a su familia y a la ciudad de Tampa, donde vive, quien a los 36 años de distancia de los recuerdos que narra ha dedicado tan amoroso y desinteresado empeño en plasmar la riqueza de esa ciudad cubana enclavada en el Golfo del Guacanayabo.
El libro, claro está, contiene un significado especial para los habitantes y descendientes de ese lugar, vivan hoy donde vivan. Esta preciosa obra, enriquecida con 170 postales a color sobre un excelente papel cromado, desborda el interés legítimo de quienes son manzanilleros, porque ese mensaje de amor al terruño original emerge como un referente sentimental al sitio de cada quien, simbolizado en un espacio íntimo que se asume como pueblo de la niñez.