Resumen: Una evaluación sobre las causales migratorias desde el saliente cubano hacia la capital del país, también hacia otros lugares.
Por: Delio G. Orozco González.
La carta enviada por el compatriota C. Dantin Acosta (periódico Granma, sección Cartas a la Dirección, edición del viernes 30 de marzo de 2012 VER al final), al mostrar una sola cara de la moneda, convierte el tema de los barrios marginales de la capital cubana en tópico tendencioso; pues, hace recaer la responsabilidad únicamente sobre los migrantes. Un tema tan delicado y polisémico como este, tiene que abordarse desde todas las aristas posibles y deberíamos, a fuer de honestos, iniciar el debate con una pregunta medular: ¿por qué emigran los cubanos hacia La Habana? Me permito recordar una verdad de perogrullo: la migración es un fenómeno intrínseco al género humano; desde que los primeros homo erectus abandonaron África para colonizar la actual Europa y los primitivos habitantes de América cruzaron el estrecho de Bering para poblar nuestras tierras, los hombres y las mujeres no han dejado de ir y venir, y no dejarán de hacerlo; entonces, ¿por qué limitarles ese derecho? Con toda razón censuramos al gobierno norteamericano porque caza como bestias a los migrantes mexicanos y criticamos al xenófobo de Sarkozy, cuando estigmatizó y devolvió a los gitanos hacia sus tierras de origen buscando con ello una válvula de escape a los problemas que se le encimaban al descargar sobre otros culpas y fallas que no habían creado.
Las motivaciones de los mexicanos para ir en busca del sueño americano y la de los gitanos de compartir el progreso de la Francia ilustrada, son las mismas que las de los cubanos que van hacia la capital de su país: «quieren mejorar». Para nadie es un secreto que La Habana, con una población cercana a dos millones de habitantes, concentra la mayor cantidad de industrias, centros comerciales, espacios recreativos, allí radican los poderes estatuidos de la nación, los grandes canales radiales y televisivos, los circuitos de promoción; en fin, allí se verifican las mayores oportunidades «para salir adelante», por tal razón, imanta el grueso del flujo migratorio interno de la nación cubana porque en todo tiempo, lugar y sistema, los hombres van hacia donde hay casa y comida. Es cierto y nadie puede negarlo: el amontonamiento habitacional en la capital es notable, las carencias de agua potable se hacen sentir, la eliminación de los desechos sólidos deviene tarea hercúlea y las dificultades con el transporte son antológicas a pesar de los esfuerzos realizados por el gobierno; empero, las personas se las ingenian para sobrevivir y a ello se agrega un elemento psicológico nada desdeñable; pues, algunos migrantes creen que por vivir en la capital cierta alcurnia se arrima a su identidad, cualidad que les permite, al venir de visita a la tierra natal, reseñar historias -reales e inventadas-, que le generan por un momento cierta celebridad; Andy Wahrol dijo: «Todo el mundo necesita sus quince minutos de fama». Por otro lado, para la mayoría de los migrantes, regresar al terruño natal con «el rabo entre las piernas», significa no sólo una derrota; sino, volver a la situación de la cual «huyeron», razón por la cual se esfuerzan notablemente para resistir los embates y carencias de su nueva vida, muchas veces precaria. Esta experiencia no sólo la validan quienes han ido hacia La Habana, sino, todos los que yendo hacia otras tierras del mundo, a pesar de comerse -como decimos en buen cubano-, «un cable», se mantienen firmes al pie del cañón.
En mi opinión, la consigna de que La Habana es la capital de todos los cubanos peca de populista; La Habana es la capital de la República de Cuba y punto; si se sigue vendiendo según el slogan no hay fuerza moral para prohibirle a los cubanos que quieran vivir en su capital; además, muchos de los que se quedaron, intentaron o intentan quedarse, fueron a estudiar o a trabajar para resolver la carencia de fuerza de trabajo en la construcción o el orden público. Esta problemática social no puede encontrar solución en las ramas, tiene que hallarse en la raíz; por ello, es indispensable interpelar el modo de vida, las fuentes de empleo, los recursos materiales e intelectuales, las oportunidades para el gozo espiritual y la realización personal en los sitios de emisión. Ahí están las claves para entender el por qué la gente emigra y, en consecuencia, obrar.
Sostengo con ruda convicción que por dinero se mata pero no se muere, se muere por ideales; por tanto, un inteligente, continuo y sistémico proceso de promoción y enaltecimiento de las identidades locales AYUDARÁ a solidificar sentimientos de pertenencia, autorreconocimiento y estimación propia; y subrayo ayudará, porque en estos casos, si el impulso emocional y espiritual no se acompaña de realizaciones prácticas, devendrá en estéril empeño porque si es cierto que no solo de pan vive el hombre, sin pan, tampoco vive.
La División Política Administrativa de 1976 contribuyó notablemente a resolver parte del adefesio producido por la permanencia, durante un siglo, de un trazado geopolítico que no cambió sustancialmente a pesar de las monumentales variaciones que experimentó la ínsula en ese lapso de tiempo; sin embargo, a la luz de más de 30 años, la actual DPA debe seguir revisándose para empoderar, con rango de provincia, otras ciudades que no sólo lo solicitan; sino, que lo necesitan urgentemente para movilizar sus estructuras productivas y sociales, mejorar su administración, incrementar sus niveles productivos y, en consecuencia, frenar la migración hacia las actuales capitales de provincia, La Habana o el exterior. La experiencia de Artemisa y Mayabeque valida el anterior postulado. Acude a mi mente con pertinaz insistencia un acto de fe; expresó Eliseo Diego: «No es por azar que nacemos en un sitio y no en otro, sino para dar testimonio», estas líneas son mi testimonio desde esta oquedad del verde caimán, porque cada nuevo migrante que va hacia La Habana en la persona de un maestro, un obrero, un intelectual, un médico, es una sangría que se produce sobre el recurso más importante con que cuentan los pueblos y ciudades de la Cuba profunda para su desarrollo; pero como la libertad es esencia de la vida, no podemos, so pena de traicionar nuestra prédica, coartar dicha posibilidad. Démosle, a nuestros compatriotas en sus lugares de origen, los medios y las oportunidades de realización individual y colectiva existentes en la capital o que ellos creen que encontrarán allí y veremos cambiar, a la vuelta de pocos años, las tendencias migratorias.
Quizás, para la fecha, cuando a algunos de ellos le preguntemos si desean irse para La Habana o para Miami, con orgullo tal vez nos digan: «No, yo no me voy».
Manzanillo de Cuba, abril 2012
Carta publicada en el periódico Granma: “Debemos enfrentar el problema de las migraciones sin complejos ni prejuicios”.
Coincido totalmente con lo descrito en la carta enviada por el compañero. J. Pozo Álvarez, sobre las migraciones internas, y me permito agregar otras cuestiones, que se infieren en su misiva pero desearía precisarlas un poco más. Al triunfo de la Revolución, existían en la capital un grupo de barrios, denominados de indigentes (Las Yaguas, Llega y Pon, La Corea, etcétera) y eran realmente de indigentes. En menos de tres años estos barrios fueron desapareciendo al influjo de nuestro nuevo sistema social, pero cometimos el error de permitir la proliferación nuevamente de estos sitios, que ahora llamamos marginales, porque en su mayoría se ubican en la periferia de la capital, aunque los hay en Miramar, Vedado, Cerro, Diez de Octubre, Marianao, etc., que están ubicados más menos, en el centro de la ciudad, creando un anillo realmente desagradable, con construcciones hechas de cualquier material, robando electricidad, agua, gas, etc., de las áreas comunes, creando basureros y otros desperdicios, anarquizando los lugares donde se ubican porque, cada cual lo hace donde más le place, aunque allí no son indigentes los que viven, en el sentido pleno de la palabra.
Así está nuestra Habana querida, la capital de todos los cubanos. Pero además la inmigración descontrolada conlleva a que los niños tienen que ir a la escuela, esa población necesita atención médica y otros servicios comunales, que al no estar planificados, crean situaciones muy desagradables.
A pesar de los esfuerzos que sabemos ha hecho la Revolución, a través de los organismos y organizaciones correspondientes, este fenómeno no se detiene y cada día crece más; algo hay que hacer y hacerlo pronto, de lo contrario, nuestra capital que es famosa en el mundo entero y que es la cara de Cuba, nunca será, lo que queremos que sea, una urbe ordenada, limpia, organizada, agradable y con todos sus servicios en función de sus habitantes y visitantes nativos y foráneos.
Debemos enfrentar este problema, sin complejos ni prejuicios, la capital lo está pidiendo a gritos. C. Dantin Acosta (Periódico Granma)