Resumen: Artículo sobre el origen de los carnavales en Manzanillo.
«La cultura popular tradicional nos hace uno,
nos identifica, nos iguala, constituye un impulso
de solidaridad interna que se ha desarrollado a
lo largo de siglos, conjuntamente con la
constitución de una memoria común»
Joel James Figarola.
«Cuando no existen documentos
ni testigos la reconstrucción de un
hecho es siempre imaginaria»
Horacio Salas.
Por: Carlos R. Escala Fernández.
I. Tradición carnavalesca.
Las tradiciones de un pueblo son las expresiones visibles de su identidad. En Manzanillo los carnavales son tradición en sí misma, suma de costumbres y expresiones espontáneas por un lado e inducidas por el otro. Durante esos días de jolgorio, de alegría y expansión, manzanilleros y visitantes arrollan al ritmo de las comparsas, cantan los anónimos estribillos de los sogones del momento,(1) bailan con la música molida de los órganos o los géneros de moda, disfrutan con la belleza de sus mujeres, las carrozas, los efectos pirotécnicos, el ron Pinilla, la cerveza, el lechón asado o la liseta.
Pero la inmensa mayoría de las personas desconoce los orígenes de la festividad que ha sido consagrada por la tradición. Sus inicios y memorias fueron relegados a documentos sepultados por el polvo del que apenas algunos investigadores se han atrevido a rescatarlos, como el desaparecido Wilfredo Naranjo Gauthier, o bien, a reconstruirlos a partir de otras fuentes.
El vocablo «carnaval» tiene su raíz en la expresión latina carnem levare, «quitar la carne», que derivó en carnelevare y en el italiano carnevale. Designaba a las fiestas populares celebradas en los tres días (carnestolendas) que anteceden al Miércoles de Ceniza con el que se inicia el tiempo de ayuno y penitencia que los cristianos conocen como Cuaresma, matizado por la prohibición de comer carne. La raíz de estas celebraciones se encuentra en festividades paganas egipcias, griegas, romanas e, incluso, de la antigua Galia, dedicadas a dioses como Apis e Isis, Dionisio y Cibeles, Pan y Saturno, o durante la recogida del muérdago.
La aparición y expansión del cristianismo conllevó a la prohibición de costumbres tan «licenciosas» y «heréticas». Sin embargo, en la Edad Media resurgieron dichas fiestas con nuevos significados religiosos, carácter popular y menos lascivo. En Venecia alcanzaron su expresión más alta y se diseminaron a otras tierras europeas. Aunque es preciso añadir que la fecha de celebración de los carnavales varía de un país a otro. Sin embargo, la tradición hispana así lo fijó y trasladó posteriormente a sus colonias americanas.
En Cuba, por ejemplo, el inicio de la Guerra del 95, proyectada por Martí, ocurrió precisamente el 24 de febrero. Se trataba de buscar la sorpresa, desorden e incapacidad de responder eficazmente a los alzamientos por hallarse inmersa la población en la celebración de los populares festejos. Ya en el país se celebraban «otros» carnavales(2) que en ocasiones coincidían con los patronos de sus respectivas villas, en otros con el Santo Patrono de la metrópoli, Santiago Apóstol(3) y en otros con santos sin relación directa o clara con el sitio en cuestión. El día de la Epifanía, o Día de Reyes, según la tradición cristiana, servía igualmente como motivo de celebración. Sin embargo, dentro de la Isla, los festejos alrededor de esa fecha -6 de enero- variaban completamente en cuanto a su carácter y extensión.
II. Un festivo precedente.
Luego de procesar una parte significativa del primer Libro de Actas de Cabildo de la villa, uno de los más valiosos fondos del Museo Municipal, se ha encontrado testimonio de la sesión realizada en el Ayuntamiento el 11 de octubre de 1856. Esta reviste particular importancia pues apunta que, desde 1798, se adoptó el patronato de la Purísima Concepción de la Virgen María y se instauró la costumbre de celebrar su fiesta «[…] con las públicas diversiones conocidas con el nombre de ferias […]», amén de atribuir a las mismas el desarrollo de la población pues gran parte de su producto sirvió para la erección del «Castillo, Casa Capitular é Yglesia[sic]».(4)
Es cierto que no se vislumbra aquí la presencia de un elemento típico del carnaval como la comparsa, ni siquiera se aplica más calificativo que el de feria. Tampoco lo fueron las sucesivas fiestas dedicadas a la patrona a partir de la erección de la primera capilla bajo su advocación, de las que desapareció cualquier componente ajeno a la liturgia, a diferencia de San Joaquín, su padre, galileo descendiente del rey David.(5) Paternidad, por cierto, ignorada por la generalidad de los que asisten a los habituales quioscos de la Avenida 1º de Mayo o del malecón.
Sin embargo, tales celebraciones constituyen un antecedente en las que el elemento lúdico, festivo, está explícito. La costumbre se perdió, como dicha acta revela, ya que se solicitaba restablecer las mismas con el objeto de aportar los dividendos obtenidos a la obra del nuevo Cementerio. Los regidores reunidos detallaron el programa que iniciaba en las vísperas de la fiesta patronal, continuaba durante su octava, las vísperas y días de fiesta entera y terminaba el día de Reyes; proponían la construcción de un templete en la plaza con sendos salones de baile para damas y caballeros y el otro destinado a los pardos. Para organizarlo todo se debía nombrar una comisión que juzgara la conveniencia o no de la subasta de dicho templete al mejor postor. Por último, se orientaba la instalación de mesas alrededor del mismo, con el fin de vender todo tipo de productos y contribuir con una cuota a la «limosna para el Campo Santo».
Hasta el momento, no existen evidencias de la aprobación y realización de dichas ferias en el año referido. Sólo queda constancia de una segunda petición al efecto elevada por el Consistorio al Comandante General del Departamento como resultado de la sesión del 7 de noviembre siguiente, toda vez que se carecía de recursos para emprender la obra señalada. La trascendencia de tales documentos no atañe sólo a la investigación histórica acerca de los carnavales manzanilleros, sino que abre nuevas interrogantes relacionadas con las gestiones de Juan Sariol en el fomento de la población(6) y se unen al cúmulo de evidencias que desestiman la supuesta construcción de la casa de José Nazario León.(7)
III. Se reescribe la Historia.
En una de sus «Estampas del terruño» publicada en el primer número del boletín Litoral de esta ciudad, Naranjo aborda el origen de la tradición carnavalesca en Manzanillo; mas no hace mención del antecedente abordado en líneas previas. Según él, esta se remontaba a las contiendas musicales y trifulcas entre las comparsas «Los Curros Cheverones» y «Los Cheverones del Manglar» que en la época colonial eran dirimidas por un personaje conocido como Barranquilla, en clara alusión a su procedencia colombiana. Asimismo, señaló que el San Joaquín comenzó a celebrarse en 1936, cuando la alcaldía era ocupada por Rafael Frías.
Sin embargo, la colección hemerotecaria del Archivo Histórico Municipal «Modesto Tirado», contiene otras pistas como las publicadas por La Antorcha, «Periódico mercantil, económico y literario», que se editaba en la imprenta de D. Rafael García, sito en Valcourt esquina a Isabel II(8) (actuales Merchán y Masó). Este rotativo veía la luz los miércoles, viernes y domingos desde el año de 1860 y el 4 de febrero del año 63 dio a conocer a los lectores el proyecto de realización de un bazar con el fin de recaudar fondos para la Plaza de Recreo y el Hospital de Caridad y añadía:
Como se decia que tendria lugar en los dias del Carnaval y muchos deseaban que fueran en la Pascua de Resurreccion para tener mas tiempo para preparar los donativos que habian de hacer nos apresuramos á participarles que tenemos entendido está concedido el permiso para que este se verifique el dia 5 de Abril prócsimo […].(9)
Es evidente que el «Carnaval» referido es el anterior a la Cuaresma, pues esta precede a la llamada Semana Santa que culmina con la Pascua de Resurrección. El bazar se efectuó finalmente en la Plaza Real durante tres días a partir de la fecha señalada, en los que se realizaron corridas de patos y gatos y bailes en distintos salones.(10) En febrero del año 1888, el «Periódico Liberal Autonomista» El Triunfo incluía en su crónica social las noticias sobre el baile ofrecido en «El Liceo» la noche del domingo de carnaval,(11) lo que demuestra la vitalidad de esta tradición casi en las postrimerías del siglo. Dichas fiestas, como la vida misma de los manzanilleros, quedaban también sujetas a las azarosas contingencias de epidemias o desastres.(12)
No obstante, La Antorcha, confirma la realización en la población de otras fiestas con idéntico carácter. El 17 de julio de 1863, reprodujo en su primera plana las disposiciones establecidas por el Teniente Gobernador Aureliano Guerrero Guerrero para las fiestas del apóstol Santiago, Santa Ana y San Salvador. Entre estas llama la atención que se prohibiera el uso de caretas desde el anochecer en adelante, sin licencia de las autoridades, o las aglomeraciones en tiendas de licores. ¿Se protegía sólo el orden público evitando refriegas y ajustes de cuentas a escondidas, detrás de un antifaz, o trataban de impedir actividades subversivas?
Las medidas organizativas adoptadas por Guerrero restringían además el número de jinetes por cabalgadura y que corrieran por las calles de la villa con la posibilidad de lamentables accidentes; autorizaban a los esclavos a pasear a caballo cumpliendo la normativa antes señalada y limitaban la zona para las carreras de caballos desde el aserrío de Venecia, Rodríguez y Compañía hasta la Caimanera. Este espacio es ocupado en la actualidad por otra área de carnaval: la Avenida 1º de Mayo.
La tradición puede remitirse, incluso, a la década anterior. Ya para el 14 de septiembre de 1856, el principal coliseo manzanillero, en su mismísima jornada inaugural, dejó asentada en su historia la popularidad de que gozaban los festejos pues, de lo contrario, nada sería más ajeno a aquella concurrida velada que unos Lances de Carnaval, antecedidos por una célebre «sátira» de la vida política metropolitana que tanto interés despertaba entre los futuros conspiradores asistentes, ora como espectadores, ora como protagonistas y también para los ibéricos al tratarse de la obra de un afamado compatriota.(13)
IV. Aparece San Joaquín.
Más de veinte años después, el periódico La Verdad, dirigido por el integrista Ángel Martín y Rodríguez, arrojaba nuevos datos que se han podido consultar en el Instituyo de Literatura y Lingüística de La Habana, donde se conserva esta publicación manzanillera. El jueves 3 de julio de 1884, en un artículo sobre los carnavales y las comparsas de los días de San Pedro, San Juan, Santa Ana y San Salvador, aseguraba en una de sus columnas que se «[…] oían los tangos, las tumbas […] formando ese ruido acompasado de las tamboras, almiréces [sic] y maracas con los cantos á [sic] coro de origen indígena que en medio de su monotonía gustan sin que sepamos el porque [sic]».(14) Añadía además la denominación de dos comparsas: «Los Guaracheros» y «Los Bandoleros».
La mención de la festividad de San Joaquín aparece el jueves 21 de agosto.(15) El redactor comentaba que éste era celebrado en Bayamo pero que «[…] de algunos años a esta parte se le tributan en Manzanillo los mismos honores que á [sic] San Juan, San Pedro, Santiago, San Salvador, & consistiendo estos honores en las diversiones que en España se hacen en el Carnaval.» Es curioso que a inicios del siglo XX, según parece, no quedaban huellas de su celebración en la villa bayamesa y sí de las de San Juan y Santa Ana y del Día de Reyes.(16) A pesar de las relaciones y paralelismos entre la vecina población y Manzanillo, hasta ahora no existen evidencias de los festejos de la Epifanía en la ciudad del Guacanayabo, fuera de los límites hogareños y de la comunidad religiosa.
Es de resaltar que los nombres de los santos específicamente recordados en Manzanillo bautizaron varias arterias de la naciente población -a excepción de Santiago Apóstol-, como prueba de la religiosidad popular ibérica. San Pedro Mártir era la antigua denominación de la calle Calixto García, mientras Loynaz llevaba por nombre San Juan y Villuendas el de Santa Ana. Por su parte, el de San Salvador es uno de esos casos en que la tradición se impone a cualquier cambio.
El que tardó más en llegar fue San Joaquín, al urbanizarse el reparto Barrio de Oro a partir de 1894 y fue también el más efímero. En la vía que llevó este nombre, Feliciano González Reitor abrió una bodega en 1900 y cinco años después se asentó en ella la sociedad «Muñoz y Pinilla», formada por los ibéricos Juan Muñoz Navas y Rafael Pinilla Murillo, hermano de Felipe, fundador de la Compañía Licorera de Manzanillo que, tras disolverse en 1920, se transformó en «Pinilla Pañella y Compañía» y legó al identitario manzanillero el magnífico ron que aun hoy puede degustarse. Ya para la década del treinta la calle había trocado su nombre en homenaje a Joaquín Oro y Ramírez, antiguo dueño de los terrenos del barrio.
V. Protagonistas y componentes culturales.
Las fuentes consultadas ofrecen valiosas informaciones que ayudan a «reconstruir» el pasado desde el anonimato de las multitudes hasta aspectos específicos: instrumentos musicales, lugares o áreas de carnaval y posibles interacciones con otras manifestaciones culturales. Permiten, por tanto, conocer a los protagonistas y componentes de este «ajiaco» tan manzanillero como cubano, por añadidura.
Los nombres de los grupos contendientes constituían en sí mismos una pista sobre el estrato o grupo social al que pertenecían. Así curro alude a los naturales de Andalucía, cuya presencia en toda la Isla era significativa. En cuanto al «manglar», antaño caracterizado por la existencia de numerosos burdeles y precarios asentamientos, se comprende que esta zona arrastra aún el fardo de la marginalidad a pesar de los programas sociales que la han beneficiado.
Por otro lado, cheverón tiene su raíz en chévere, término que se aplica en Cuba y Puerto Rico a tipos bravucones y también a algo buenísimo o excelente. Precisamente a fines de esa centuria aparece el cheverón en la escena bufa cubana en un sainete de José Barreiro.(17) Se puede pensar que una representación de «Los cheverones» de Barreiro que compartían la escena con el catalán don Jaime, el negro Zacarías y la mulata Lucía, o bien en el Teatro Manzanillo o en el Cuba, hizo popular el calificativo entre los comparseros. Sin embargo, no resulta descabellado imaginar la situación inversa en los escenarios de la cosmopolita urbe habanera o del resto de Cuba. En tanto «Los Guaracheros» y «Los Bandoleros», denotan una procedencia social similar a la de «Los Cheverones».
Evidentemente las personas de «buen nombre» y «cristiano proceder» sólo osaban mezclarse con el populacho escondidos bajo un disfraz o máscara o no celebraban los famosos carnavales más allá de los marcos de los bailes de salón y banquetes opulentos. Lo que no era óbice para que el confesor pudiera aplicar fuertes penitencias a sus fieles devotos y censurar alguna que otra «bacanal» ocurrida en uno de esos aristocráticos festejos. No obstante, para la mayor parte de los pobladores de procedencia hispana debieron ser una forma de «evadir» los preceptos de la Iglesia decimonónica y un modo de autoafirmación.
El empleo del vocablo «tango» por el cronista de La Verdad puede reforzar la impronta andaluza de estas festividades. Aunque el origen del término continúa siendo polémico, todo parece indicar que no se trata en este caso del tango rioplatense,(18) sino, más bien, de sus variantes ibéricas, tal vez el tanguillo gaditano «[…] emparentado con el tipo de música que tras recibir fuerte influencia de la habanera regresó de Cuba para ser incluida con éxito en las zarzuelas madrileñas de mayor aceptación, y pasó luego al Río de la Plata […]».(19) Uno de los instrumentos empleados ayuda en este sentido. Es el caso del almirez, que era un mortero de metal cuya etimología árabe igualmente dirige nuestra mirada a Andalucía, o, en su defecto, a la Península.
La huella indígena en Manzanillo quedó manifestada por igual. Comprobable no sólo en los cantos mencionados, la fuerte presencia aborigen en la región hizo posible su importante papel en el espiritismo de cordón precisamente surgido a finales de ese siglo. No se puede obviar la mixtura con elementos afroides a pesar de no ser una zona con grandes dotaciones de esclavos. Su inclusión se debió ir fortaleciendo paulatinamente a medida que hallaban más aceptación social y el grupo aborigen disminuía, decayendo sus costumbres como lo demuestra la ininteligibilidad de sus coros condenados ya a desaparecer. Las «tumbas» proclaman la cercanía haitiana o de los emigrantes de ese pueblo radicados en el oriente cubano y, unidas a estas, las «tamboras» refuerzan la idea de la progresiva inserción negra.
Ahora bien, no parece ser aplicable aquí una hipótesis que tuviera como base la definición recogida por Fernando Ortiz sobre los «tangos», en la que se apoya en descripción de Ontiano Lorcas. Una posible «transfiguración» de negros en «[…] indios con plumas, cascabeles, collares de maní […]»(20) se presume poco probable pues tal costumbre se hizo presente en las celebraciones del Día de Reyes en la capital de la Isla que quedaron prohibidas precisamente en 1884 y como ya se ha apuntado no existen rastros de estas en la ciudad.(21)
Otros nexos con villas más cercanas parecen tener mayores visos de probabilidad, no sólo en el ámbito musical sino en divertimentos como las mencionadas carreras de caballos que recuerdan las celebradas desde el siglo XVIII en la antigua villa de Puerto Príncipe.(22) Con esta se mantenían estrechísimas relaciones por ser la sede de la Real Audiencia del Distrito y por el trasiego de mercancías y pasajeros con el puerto de Santa Cruz del Sur, punto de travesía, al igual que Manzanillo, de las líneas de vapores que viajaban entre Batabanó y Santiago de Cuba. De hecho, para el 1892 se puede constatar la presencia de vecinos oriundos de la importantísima villa mediterránea, en un padrón vecinal del primer barrio de Manzanillo, que data de aquella fecha.(23)
Aunque se mantiene la costumbre popular de celebrar el San Joaquín el 16 de agosto, su fiesta ha salido del programa de los carnavales y se ha separado también del marco eclesial pues los católicos la conmemoran en la actualidad el 26 de julio, al igual que la de su esposa Santa Ana, madre de María. Sin asideros religiosos ni sociales, más allá de lo eminentemente gastronómico o musical, aspecto el último permeado del comercialismo que prolifera en ámbitos nacionales y foráneos, la tradición se ve amenazada al quedar su continuidad histórica a merced de circunstancias ajenas a su sentido.
La gradual mezcla de elementos culturales de diversa procedencia con la preponderancia de uno u otro, contribuye a la ineludible pérdida de aquellos elementos incapaces de resistir el paso del tiempo como esos «cantos indígenas» de los que apenas tenemos una referencia, o de otros, sujetos además a imperativos económicos de los que resulta imposible desembarazarse. Si bien es cierto que soluciones alternativas que ayuden a preservar o a crear, en fin, a mantener la tradición, son perfectamente posibles si existe la voluntad de apoyar empeños como el que llevó a Luis Janer Planells a organizar los recordados espectáculos inaugurales que por espacio de quince años ofrecieron ingenio y belleza y reunieron en un mismo escenario a artistas aficionados y estrellas de la radio y la televisión.
La evolución de los carnavales de Manzanillo y su relación con la festividad de San Joaquín, verdadera muestra de los procesos de transculturación acaecidos en Cuba, exigen una investigación más profunda. El estudio cabal de sus orígenes, características, desarrollo histórico, connotaciones sociales y religiosas requieren de un enfoque capaz de abordar el tema en toda su complejidad. Mantener las expresiones culturales genuinamente populares y valiosas y el conocimiento y divulgación de estas, así como de sus raíces depende de ello. Sólo acciones consecuentes con el patrimonio intangible -y tangible- de un pueblo pueden ayudar a preservarlo.
Notas y referencias bibliográficas.
(1) A pesar de la metamorfosis de esta expresión típica de nuestra ciudad y de su historia de prohibiciones, desaparición y rescates posteriores.
(2) Fiestas igualmente traídas por los conquistadores.
(3) También patrono de Santiago de Cuba.
(4) Museo Municipal. Libro de Actas de Cabildo (1840-1856), fs. 28-29.
(5) P. Francisco de Paula Morell, S. J.: FLOS SANCTORUM de la familia cristiana, Buenos Aires, Argentina, Librería Editorial Santa Catalina, 1949, p. 86 (Nota: El autor de esta hagiografía señala como fecha de celebración el 20 de marzo. Ciertamente, el ciclo santoral ha sufrido muchas variaciones en la medida en que se ha incrementado el número de personas beatificadas y canonizadas. No obstante, no deja de ser extraño que la fiesta de San Joaquín que desde antes, y aún en 1936, se celebraba el 16 de agosto, se desplazara a una fecha tan lejana y que para 1951 estuviera nuevamente ubicada en el octavo mes del año).
(6) Un año antes, Sariol había solicitado licencia para tomar medidas de fomento que incluían la formación de una iglesia provisional, aunque no existe constancia de que se aprobaran. La construcción de la capilla bajo la advocación de la Purísima Concepción se autorizó el 16 de mayo de 1805. Resulta posible que las festividades mencionadas tuvieran un peso fundamental en la elección del patronazgo y las mismas bien pudieron ser parte de la estrategia seguida por Sariol, mas ambas hipótesis quedan por el momento en el terreno de la especulación. (Vid. Eusebio Escudero: «Manzanillo. Principio de su fundación, el de sus fortificaciones, progreso de su población y estado en febrero de 1817», en: Enciclopedia Manzanillo 2007 y Gabriel Espinosa Escala: «Cronología histórica de la iglesia católica Purísima Concepción de Manzanillo», en: Enciclopedia Manzanillo 2007.)
(7) En el texto del acta del 11 de octubre de 1856 se lee: «A ellas [las ferias] debe su desarroyo [sic]; que desde el año de 1798 en que solo [sic] se conocía un rancho de pezcadores [sic], convertido luego en almacen [sic] de cueros, en el lugar que hoy ocupa la Casilla del Resguardo […]». Es obvio que la existencia del rancho, luego almacén, en tal lugar, no supone que fuera esa la edificación que, evidentemente levantada con posterioridad, fue reconocida por mucho tiempo como la primera casa de Manzanillo hasta la corrección de tal errata histórica.
(8) La Antorcha, T. V, Nº 94, 03/08/1864, p.3.
(9) «Mesa Revuelta», en: La Antorcha, T. IV, Nº [ilegible, roto], 04/02/1863, p.3 (Nota: Se ha respetado estrictamente la ortografía original).
(10) «Mesa Revuelta», en: La Antorcha, T. IV, Nº 40, 05/04/1863, p.3.
(11) «Mesa Revuelta», en: El Triunfo, Año II, Nº 14, 19/02/1888, p.3.
(12) La Unión reportó en 1882 una epidemia de viruelas que obligó a tomar medidas extraordinarias en pos de evitar su propagación.
(13) Tomás Rodríguez y Díaz Rubí, importante dramaturgo y político, fue el autor de la obra inaugural titulada El Arte de hacer fortuna, transcrita por el Director de Escena y protagonista, Carlos Manuel de Céspedes, que también tuvo a su cargo la dirección de la ligera pieza «carnavalesca» con que finalizó una noche verdaderamente histórica para la cultura de la villa del Guacanayabo.
(14) La Verdad, Año III, Época 3ª, Nº 133, 03/07/1884, s/p.
(15) Es de destacar que el periódico sólo se tiraba jueves y domingo, por lo que suponemos estuviera refiriéndose a las actividades del fin de semana precedente (Ver La Verdad, Año III, Época 3ª, Nº 146, 21/08/1884, s/p.).
(16) Ver Aldo Daniel Naranjo Tamayo: Panorama de la República en Bayamo (1898-1925), Bayamo, Ediciones Bayamo, 2007.
(17) Nati González Freire: «Teatro ¡en los tiempos de Don Regino!», en: Bohemia, Año 64, Nº 22, 02/06/1972, pp. 34-35.
(18) Ver Horacio Salas: El tango, La Habana, Cuba, Casa de las Américas, 2006.
(19) Ibíd., p. 40.
(20) Fernando Ortiz: Nuevo catauro de cubanismos, La Habana, Ciencias Sociales, 1974, p. 458.
(21) Vid. Virtudes Feliz Herrera: El carnaval cubano, La Habana, Edic. Extramuros, 2002.
(22) Ibíd., p. 18.
(23) Archivo Histórico Municipal. Fondo: Gobierno. Serie: Colonia.
Tomado de: Enciclopedia Manzanillo.