Resumen: Evocación y reverencia a José Martí en el 166 aniversario de su natalicio.
Por: Delio G. Orozco González.
La hondura ética de José Martí lo convierte en humano de calado universal, su pasión sacrificial lo transfigura en avatar, su darse a Cuba en hombre-patria; y es esta última arista del poliedro de su ser la que lo acerca a casi todos los rincones de su isla, ya en sus hijos, ya en el espacio geográfico que los acuna.
Manzanillo, como continente de hombres o variable espacial, tiene en la vida y obra martiana espacio singular y ello por el arranque original en Demajagua, fontanar básico y afluente primordial de la obra de servicio a la cual entregó su vida. Nombrar la libertad en Cuba para Martí era recurrir a su hombre símbolo; o sea, Céspedes, y el artículo «Céspedes y Agramonte», del 10 de octubre de 1888 en El Avisador Cubano, viene a ser canon donde comprensión de la condición humana, poder de las circunstancias y rectitud de los Padres Fundadores, le permite referenciar en más de una ocasión esta ciudad acunada en la oquedad del Golfo de Guacanayabo. También, la utilizaría en otro instante para demostrar la inopia de las autoridades coloniales cuando un Ministro de Ultramar, reconociendo que tenía algo que hacer en Manzanillo, vagaba su dedo en un mapa por la costa Norte de Cuba ignorando el sitio donde quería intervenir.
Sin embargo, es en su epistolario, donde generalmente los hombres van sin máscaras o bridas, donde Manzanillo refulge como en ningún otro lugar. Las cartas que dirige a Máximo Gómez, Antonio Maceo y Flor Crombet en junio de 1894, revelan una región donde el piafar de los corceles barruntan el desenlace del 24 de febrero de 1895. Y es precisamente esta fecha el punto de giro de una apuesta definitiva por la sabia y la herencia de una tierra que lleva, como llama abrasadora, la negativa de Hautey, el Grito de Céspedes y la decisión de Masó de irse a la guerra, armar gobierno y rechazar cualquier proposición de Paz que no llevase por base la Independencia de Cuba; por ello, es que escribe a Félix Ruenes el 27 de abril de 1895 y lo invita a enviar los delegados de Baracoa a la reunión que se celebrará en Manzanillo donde se ha de conformar el Gobierno que será ala y raíz de la República.
Mística, sin duda alguna, es la visión del 19 de mayo. Allí, en la Vuelta Grande, Martí pronuncia su último discurso y cuando abre sus brazos para decir: «sepan que por Cuba estoy dispuesto a que me claven en la cruz», por las mejillas de Masó corren las lágrimas, este lo abraza y luego acompaña al combate, convirtiéndose Dos Ríos en Gólgota porque Ángel de la Guardia que ya vivía en Manzanillo, no puede impedir que caiga el hombre y al mismo tiempo brille tanto como la luz del mediodía que le encendía el rostro; por ello, los hombres que allí estaban -muchos de Manzanillo-, asisten a un espectáculo único: la muerte convertida en vida eterna porque ha muerto como se debe, donde se debe y por lo que se debe.
Tiempo después, su amigo, el borinqueño Modesto Tirado llega a Manzanillo, aquí se queda y en su maleta de sentimientos aquellos momentos del Partido Revolucionario Cubano, las noches de clases en La Liga de Nueva York y la pasión de Patria vertida en las Nochebuenas Martinianas porque es legítimo brindar por el Redentor de los Cubanos; antes, la calle Real ha pasado a ser Martí y el busto del parque, con pupila insomne, mira siempre al Sur. A sus espaldas, el manzanillero Merchán, creador del término zig-zag, mira hacia el Norte. Nadie sabe por qué su busto tiene un grado de inclinación a la izquierda, quizás la fuerza gravitacional de la mirada apostólica de Martí hace que el Sol, nacido frente a Maceo, vaya a descansar después de saludar a Masó, como en aquella noche del 18 de mayo de 1895 cuando llegó la caballería a la casa de Rosalío Pacheco y el más Querido de los Cubanos levantó su pluma en una frase de amorosa lealtad: «Hay afectos de tan delicada honestidad […]» Esos afectos, Maestro, son los nuestros…
Manzanillo de Cuba, 28 de enero de 2018.