Cambiar o no cambiar: esa es la cuestión III

III

Cuando en la madrugada del 1ro. de enero de 1959 Fulgencio Batista abandona el país ante el inminente triunfo de las fuerzas revolucionarias, se daba el primer paso para la transformación del poder en Cuba y la disolución de sus estructuras: estado y gobierno. La Revolución, triunfante por las armas, se encuentra en inmejorables condiciones para legitimar sus pretensiones; por ello, el diseño de sus manifestaciones políticas, económicas y sociales, encarnadas en el estado, el gobierno y organizaciones de masas barren con todo lo conocido hasta ese momento y, aunque desde los primeros momentos el poder se concentra básicamente en la figura de Fidel Castro, es la primera vez que “desde arriba” y de modo inmediato se comienzan a materializar anhelos preteridos del consciente colectivo. Este hecho; o sea, la puesta en práctica de medidas de beneficio popular, junto al prestigio, autoridad y carisma del líder que, como nunca antes dialogaba con el pueblo en inusual búsqueda de consenso y aprobación, hace posible que muy pocos se preocupen por la forma centralizada con la cual arranca el diseño revolucionario; a fin de cuentas, los que ahora gobiernan habían arriesgado sus vidas en el Moncada o la Sierra y llevaban a vías de hecho lo que otros solo prometían.

Ahora bien, la Revolución no emerge a la vida en un ambiente de asepsia, al contrario, su rápida radicalización -resultado en no poca medida de la reacción norteamericana-, corta beneficios de cuajo, enajena propiedades, suprime influencias, trastoca posiciones y como lógico resultado crea una oposición que necesita mantener a raya y para ello desarrolla mecanismos de control que, en algunos casos, trasvasan lo aceptable para el canon democrático -“[…] ¿qué justicia no engendra exageraciones?”, diría Martí- y aunque ninguna revolución es angelical, jamás vieron los cubanos excesos como los cometidos en la antigua URSS por Stalin; por ello, entre otras muchas razones, la inmensa mayoría de los cubanos no se volvió contra el poder revolucionario, al contrario, lo apoyó. Sin embargo, en la búsqueda de sostén para su legítima defensa en contra de los Estados Unidos, el gobierno revolucionario solicita y encuentra apoyo en la Unión Soviética, mas, con el compadrazgo, llegan los vicios y equívocos que cual virus se inoculan al corpus social, cumpliéndose entonces la máxima de que lo ganado por la Revolución en fortaleza lo pierde en flexibilidad y en esta condición reside la misma causa de su debilitamiento porque, como dijera Ignacio Ramonet en el libro Cien horas con Fidel refiriéndose a los mecanismos de dominio estatal: “Sea cual fuere el motivo, se trata de una situación que no se justifica”.

A pesar de los pesares; o sea, los excesos que en nombre de la justicia se cometieron en el socialismo real (especialmente las 800 000 víctimas de las purgas stalinistas), en la antigua URSS y países ex-socialistas los niveles de justicia e inclusión social fueron notables, a tal punto de convertirlos en referencia como alternativa a la desigualdad capitalista; también son dignas de encomio -a pesar de los yerros cometidos en su mantenimiento-, las concreciones populares en países latinoamericanos, las cuales, por su impacto benéfico y justiciero son calificadas de históricas. En Cuba, de un lado de la balanza las excrecencias revolucionarias: la UMAP, el Quinquenio Gris, la «parametrización», el estigma de problemas ideológicos, la intolerancia, la exclusión, el desconocimiento cobarde, la presión psicológica, el contubernio oficialista contra la diferencia; del otro: las conquistas sociales que -evitando caer en la adulación al poder calificamos de lo menos malo sucedido al país hasta hoy- inclinan, sin duda alguna, el juicio a favor del proceso iniciado en enero de 1959. Y si esto es así, ¿por qué se vino abajo la experiencia de asalto al cielo en la añeja Europa, cuando fue la Unión Soviética quien más hizo por librar al mundo de la Peste Parda?, ¿por qué retroceden, en negación a toda lógica, los procesos populares (no populistas, así los llaman quienes no los quieren), en América Latina?, ¿por qué cunde por la ínsula caribeña no solo el deseo sino la necesidad imperiosa de cambio? A la triada de interrogantes un razonamiento parece dar respuesta: no se atendió como merece la condición humana (sueños, fantasías, miedos, fe, anhelos, ideales, mentalidades, aspiraciones, en fin, todo aquello que para bien o para mal nos ha situado a la cabeza de la cadena evolutiva: consciencia), desoyeron no solo el alerta marxista; sino, la historia misma que valida el hecho de que el factor económico no es el único determinante y que, en el caso de las revoluciones, llegadas a un punto, necesitan seguir expandiéndose porque de lo contrario y como la empresa capitalista, si no lo hacen, perecen.

Ayudaría a entender la hipótesis anterior la propuesta de niveles de satisfacción humana elaborada por Abraham Maslow; quien, señala que cuando las personas logran cubrir sus necesidades básicas pueden buscar la satisfacción de otras más elevadas. La jerarquía, en forma de pirámide propuesta por el psicólogo estadounidense y en orden ascendente, es la siguiente:

1.-Necesidades fisiológicas: respiración, alimentación, descanso, sexo, homeostasis (Conjunto de fenómenos de autorregulación, que conducen al mantenimiento de la constancia en la composición y propiedades del medio interno de un organismo).
2.-Necesidades de seguridad: física, de empleo, de recursos, moral, familiar, de salud, de propiedad privada.
3.-Necesidades de afiliación: agruparse con otros, ser aceptado y pertenecer al grupo.
4.-Necesidades de estima: lograr el respeto, ser competente, confianza y obtener reconocimiento y buena reputación.
5.-Necesidades de autorrealización: utilización plena del talento y realización del propio potencial.

No obstante las dificultades para satisfacer el nivel primario -básico además-, teniendo en cuenta las requerimientos actuales: comida diaria, suministro de agua potable, vivienda, etc; los niveles alcanzados por el país, luchando no pocas veces contra recias dificultades, lo sitúan en lugar privilegiado -los reconocimientos otorgados por organismos e instituciones internacionales son muestra inequívoca de cuanto se ha hecho en este campo-, y aunque nunca se terminará porque la población crece y con ella tales necesidades, los cubanos poseen (no en la calidad deseada, pero lo tienen) lo que para otros resulta constante agonía o vaga esperanza; por ello, los isleños sueñan y se trazan nuevos horizontes, quieren y trabajan por perfeccionar estas aspiraciones y seguir ascendiendo. Es preciso anotar que a partir de la crisis de los 90 la batalla por la seguridad alimentaria se ha situado estratégicamente en el centro del escenario público y político del país, realidad esta que mengua y debilita otras aspiraciones por los recursos de variado tipo que son necesarios emplear para satisfacer un mandato biológico ineludible: “sin pan no se vive”.

El segundo nivel, muy pocas veces valorado en su justa medida, resulta quizás el mayor logro de la Revolución; ahí está no solo el día a día para certificarlo, sino, la experiencia vivida por quienes han tenido la oportunidad de percibir, en otros entornos, la violencia y la incivilidad potenciada por la tenencia de armas de fuego, la xenofobia, el racismo, el crimen organizado y últimamente los fanatismos religiosos y el terrorismo. La habilidad de Fidel Castro para sortear los peligros de una invasión extranjera que convirtiera al país en zona de guerra, es un mérito que no puede escamoteársele. En una región donde los Estados Unidos invadía, adiestraba militares y paramilitares, vendía armas y suministraba asesores, resulta casi providencial haber discurrido más de medio siglo sin padecer un conflicto armado. De nada sirve a una sociedad la justicia social, la libertad individual y la prosperidad si no las puede disfrutar en paz; no por gusto la guerra, «monstruo grande que pisa fuerte», está considerado como uno de los Jinetes del Apocalipsis de cuyas manos llegará el Armagedón o quizás ya llegó, pregúntenselo a libios, iraquíes, afganos, sirios, palestinos, ucranianos y otros tantos desafortunados en diversos rincones del planeta. En esta jerarquía de necesidades, el uso y disposición de la propiedad privada o individual resultó el menos atendido toda vez que era imposible vender la casa o el carro y la misma propiedad fue anatematizada hasta límites increíbles cuando el estado se ocupó de vender granizado (almíbar saborizado con hielo), para evitar que alguien se hiciera rico.

En la propuesta de Maslow, si los niveles básicos no son satisfechos o se retrocede en su consecución, difícil es pensar satisfacer otros. Habrá leído este por casualidad las palabras pronunciadas por Engels en la despedida de duelo de Marx: “[…] de que antes de dedicarse a la política, a la ciencia, al arte, a la religión, etc., el hombre necesita, por encima de todo, comer, beber, tener donde habitar y con qué vestirse […]”. Sin embargo, tratando de ser coherente con lo expuesto hasta aquí y la praxis como criterio valorativo de la verdad, de que si bien la satisfacción de tales presupuestos es básico, no son los únicos que determinan el comportamiento y la conducta humana, se analizan entonces como impactan en la «cosa pública» la sujeción, acorralamiento o contención de la opinión, la expresión de ideas y creencias y como la falta, escasa o muy controlada participación ciudadana en un ámbito que por antonomasia pertenece al homo sapiens: la sociedad, da al traste con la permanencia de modelos socio-económicos, hace retroceder otros e incluso, cuando se exaltan hasta enfebrecer la imaginación y las pasiones, los hombres se despegan de la tierra y vuelan tras los sueños, no importan que no tengas alas ni medios con que adquirirlas.

En 2013, el libro Socialismo traicionado… fue publicado en Cuba por la editorial Ciencias Sociales. El prólogo lo escribió un hombre que guardaba prisión en cárceles norteamericanas y aunque sabía que muchos en el mundo abogaban por su liberación, existía la posibilidad de morir tras las rejas; así y todo no abdicó de sus ideas y convicciones, confirmando una vez más el papel activo, a veces determinante de la consciencia en contraposición al sentimiento existencialista de poseer y el hedonista de gozar. Gerardo Hernández Nordelo escribió en ese entonces:

Es una visión más intimista, en busca de las raíces internas del problema, más que de las externas (que en muchos casos ya han sido tratadas y han sido más fáciles de detectar).

Salvando las grandes diferencias históricas, sociales, políticas, culturales y hasta geográficas existentes entre aquel gigante euroasiático y nuestra amada isla caribeña, hay detalles que asombran sobremanera por su parecido a nuestra realidad actual.

Los autores del libro señalan que la estabilidad de los cuadros, especialmente los políticos, convirtió los cargos del Partido en prebendas; por ello, el deseo de acceder y mantenerse en el poder pues este se había convertido en medio de vida y no instrumento de servicio público. Agravaba la situación el hecho de que el Partido, al ser elevado a rango de conductor infalible, no podía ser sometido a control o auditoría popular, derivando sin tropiezo alguno en fértil pradera de la corrupción. Prueba incontrastable de ello eran los gustos caros de Brézhnev; la existencia de la pandilla conocida como la dolce vita, que incluía la hija y el yerno de este; las continuas actividades de soborno, corrupción y malversación del Presidium y toda la dirección del Partido en Azerbaiyán y la impunidad con que en Uzbekistán, por ejemplo, el líder del Partido tenía 14 familiares trabajando en el aparato partidista mientras el chantaje, las arbitrariedades, las injusticias y las violaciones flagrantes de la ley se manifestaban escandalosamente sin que nadie les pusiera coto. Eran intocables, eran del Partido. Y aunque Andropov, en el breve período de tiempo al frente de la dirección del país se enfrentó con valor a estas pústulas sociales, la gangrena era tal que, “Después de la muerte de Chernenko en 1985, funcionarios del Comité Central encontraron gavetas llenas de billetes de banco. Estos también ocupaban la mitad del espacio de la caja fuerte de la oficina secreta del secretario general”. En el libro titulado La mosca azul. Reflexión sobre el poder en Brasil, que en verdad es mucho más que una mirada a la izquierda brasileña, constituye, sin dubitación alguna, una seria reflexión sobre el poder, el socialismo, la justicia y la libertad humanas, Frei Betto, hombre que llega a la revolución por la senda de la fe comprometida con el ser humano y no con una ideología partidista señala: “Un militante de izquierda puede perderlo todo: la libertad, el empleo, la vida. Menos la moral. Cuando se desmoraliza, desacredita la causa que defiende y encarna. Le presta un servicio inestimable a la derecha […]”, eso explica por qué, entre otras razones, los adversarios de la URSS no hicieron siquiera un disparo de revólver.

Y no ha sido solo en la antigua Unión Soviética donde el fenómeno ha prosperado. Xin Jinping, premier chino, al asumir su mandato realizó una encuesta donde proponía auditar las propiedades y fuentes de ingresos de los miembros del Partido. La respuesta a dicha indagación fue una negativa de más del 90% de los implicados, lo que convenció al dirigente de la necesidad de llevar a vías de hecho el estudio de resultados escandalosos, cuestión entonces que obligó a reemplazar, quitar, sustituir y encarcelar numerosos funcionarios, políticos y militares involucrados en actos de corrupción y peculado (tiempo atrás habían fusilado dos alcaldes por robos millonarios); también a legislar y tomar cartas en el asunto porque, como dijera Mao: “una chispa puede incendiar una pradera” y cuando el descreimiento y la falta de fe se instala en el corazón de los hombres, ya nada o casi nada puede revivirla. La construcción socialista cubana tampoco ha estado exenta de tales vicios (la construyen hombres); por ello, se fusilaron generales y coroneles, encarcelaron funcionarios estatales del primer nivel y/o pasaron a retiro altos oficiales y otras figuras vinculadas al proceso revolucionario desde su misma concepción; mientras, para intentar controlar el fenómeno y evitar su expansión fue creada la Contraloría General de la República e intenta implementar como línea de trabajo el Control Interno. No es de extrañar entonces que la confirmación expresada en el VII Congreso del PCC de reducir a dos períodos de cinco años el ejercicio de cargos políticos y gubernativos y el anuncio de topar la edad a 60 años para ingresar en el Comité Central resultó, en el campo de la cosa pública y para la mayoría de los cubanos, el anunció más trascendental de ese encuentro.

“Solo resisten el vaho venenoso del poder las cabezas fuertes”, proclamó José Martí, y entre los hombres -víctimas todos de su condición: la humana-, no son muchos los dueños de testas poderosas. La medida antedicha puede, sin duda al guna, resultar un punto de giro; en tanto, como dice Frei Betto:

Quien se apega al poder no soporta las críticas, las toma por ofensas, ya que minan su autoimagen y exhiben sus contradicciones ante los ojos de los demás. De ahí que se aísle, que se encierre en un círculo hermético al cual solo tienen acceso los que cumplen sus órdenes, dicen amén a sus ideas o, aun si son críticos, se callan conniventes, pues tienen también sus propias ambiciones y no quieren ser echados a un lado por quien posee más poder que ellos. Se crea así una complicidad tácita. Solo se teme que la prensa llegue a conocer lo mal hecho.

La decisión ofrece otro beneficio colateral porque al disminuir la probabilidad de cometer delitos, evita la imposición de castigos y con ello, disminuye el papel punitivo del estado, haciéndolo menos repulsivo; que la sociedad que basa su control en el castigo está destinada a perecer. Así pues, queda confirmado una vez más que tanto en medicina como en política la mejor terapia no es la que cura, sino, la que precave.

Continuará…