Cambiar o no cambiar: esa es la cuestión IV

V

A estas alturas; o sea, después de la caída del campo socialista y el retroceso de los procesos de beneficio popular en América Latina, urge, más que una mirada crítica, la elaboración de un proyecto social diferente al «adefesio socialista» propugnado por la antigua URSS: su inviabilidad demostró las fallas de diseño y con ello, torpedeó notablemente las apuestas por un mundo mejor; o sea, menos egoísta, depredador, excluyente y agresivo porque dio pábulo a la creencia de que la miseria es una desgracia personal y no un delito público, al cual, deben resignarse los humanos y con el objeto de validarlo trataron de elevar a condición de certeza una mentira de perogrullo: «el fin de la Historia». No son pocos los que creen y sienten necesario un nuevo rediseño donde el hombre en relación armónica con sus congéneres y el mundo que habita sea principio, camino y final; esto es, felicidad con todos y para todos -diría Martí-, que nadie nace para ser descartable -aseveró el papa Francisco-, y si el Cristo abrió los ojos en un pesebre, pudiendo haberlo verificado en lecho real, fue para rubricar con su vida lo que a muchos no gusta escuchar: “Más fácil pasará un camello por el ojo de una aguja que un rico al reino de los cielos”, y no es que a los militantes de izquierda les plazca la pobreza (como a veces se dice para degradarlos), es que les repugna y asquea como en nombre de la libertad -no la verdadera, porque libertad sin justicia es farsa-, unos hombres vivan en el goce excesivo y otros en el dolor innecesario y cuando se dice «militantes de izquierda» hablase del verdadero, no del oportunista o ambicioso “[…] que para ir levantándose en el mundo empiezan por fingirse, para tener hombros en que alzarse, frenéticos defensores de los desamparados”, como aquellos que vio Frei Betto:

En mis visitas a Moscú durante los últimos cinco años de socialismo, me dejaba perplejo ver desfilar por las calles, rumbo al Kremlin, enormes limusinas que transportaban a las autoridades. […] Eran la versión moderna de los carruajes del zar, y su destino, el mismo palacio. El estado Zarista y el Estado soviético perseguían el mismo objetivo: el poder absoluto, no importa si en nombre de la oligarquía o de la democracia proletaria. Ni en uno ni en otro había espacio para la oposición política, la alternancia de poder, el veredicto popular.

“Quien pide cambiar, sabe que es para mejorar”, reza con sabiduría innegable un refrán etíope. Si la mayoría clama por el cambio, es porque cree, siente y necesita beneficiarse de tal decisión; si lo pide la minoría, es también porque estima le satisface; el reto estriba en entender a cual cambio apostar. Cuando Fidel Castro elabora su concepto de Revolución y dice entre otras ideas que es “cambiar todo lo que debe ser cambiado”, está totalmente convencido que el movimiento es vida y su contrario muerte. En estos momentos, cambiar “es sentido del momento histórico” y ello porque la modificación formal significa -adecuando el ritmo interno al mundo-, batallar “con audacia, inteligencia y realismo” […] “por nuestros sueños de justicia” y porque no puede haber Revolución sin “igualdad y libertad plenas”.

Roger Keeran y Thomas Kenny sostienen en su libro que en el socialismo el factor subjetivo es más importante que en el capitalismo: «el capitalismo crece, el socialismo se construye» dicen; de esa idea también era partidario el Che quien abogaba por la creación del «hombre nuevo» como clave primaria para el triunfo de otro modo de vivir y ello incluía, por supuesto, la participación activa y sin cortapisas del pueblo. Gerardo Hernández, en el prólogo del libro supradicho expone: “Los procesos sociales no están escritos en manual alguno, más bien se desarrollan sobre el camino de la obra, corrigiendo y actualizando los proyectos […]” y Frei Betto, al final de La Mosca Azul, acota que “es preciso detectar las causas de las desviaciones crónicas del régimen socialista y redefinir el concepto propio de socialismo”. Mientras tanto, en el VII Congreso del PCC, espacio en el cual se pretendía discutir el modelo de socialismo (de manera genérica próspero y sostenible), para la sociedad cubana, se tomó la sabia y democrática decisión de diferir la propuesta y someterla a estudio, más no solo por parte de los comunistas; sino, de otros integrantes del corpus social, porque si aceptamos que los primeros en la isla suman 500 000, entonces estos solo representan 4.5% del total de los cubanos. Véase pues, todos están contestes en que es preciso actualizar, modificar; en una palabra: cambiar.

Ahora bien, ¿en qué rumbo debe ir el pretenso y necesario cambio? Unos apuestan por mantenerse en el rojo carmesí; otros, ir hasta el azul prusia; sin embargo, no es en el maniqueo encasillamiento de «izquierdistas» o «derechistas» donde se mueven las opciones; por ejemplo, Frei Betto -quien para nada puede ser calificado militante de la diestra-, reconoce que a pesar de revolucionar la sociedad, el socialismo real, por los métodos empleados, no cambió como pretendía las personas, y la muestra está en “[…] que tras setenta años de «nueva sociedad», bastó que cayera la Unión Soviética para que la sociedad rusa mostrara una faz cruel que incluía desde una red mundial de pedófilos vía Internet hasta el hecho de que Moscú supera a Nueva York en el número de multimillonarios en dólares”. Tal deformación no fue obra del gobierno o desgobierno de Gorbachov, tuvo hondas raíces en el tiempo y en la estructura, que según el marxismo -por lo menos el manualesco-, un modo de producción no fenece hasta que agota sus posibilidades; por ello sentencia:

No es fácil hacerse nuevo en una realidad vieja. Los veteranos en la militancia tenemos ante nosotros el desafío de librarnos de los resabios adquiridos en prácticas anteriores: los dogmas ideológicos que asustan a los nuevos compañeros, la cara malhumorada que espanta la alegría, la prepotencia de quien se considera vanguardia, el autoritarismo en la conducción de reuniones y actividades, la falta de transparencia ética, la ambición de cuotas de poder, el ideologismo que espanta la gente común y corriente que participa por vez primera en los eventos, el sectarismo en el lenguaje (de quienes no siempre se muestran radicales en la práctica), la intolerancia ante quienes se inician en el proceso de lucha social, los prejuicios hacia personas de otras clases sociales, el poco respeto por la religiosidad ajena, etc.

Sin embargo, la pregunta aún flota en el aire, y aunque el modo todavía no aparece, más de una opción puede evaluarse, siempre en consenso, para traer hasta la práctica los nuevos modos. El postulado de Gracián tiene mucho de atendible; por tanto, realizar un corrimiento desde el rojo carmesí hasta el rosado claro, donde este se mezcla con el azul pálido, podría ser en teoría una opción, la cual no puede ser calificada políticamente como centrista o socialdemócrata pues el verde caimán no cuenta con el clima, ni la cultura, ni los recursos de los cuales disfrutan suecos, suizos, daneses, belgas, holandeses, fineses y daneses. Es evitar, como dice el soberano: “Salir de Guatemala para entrar en Guatepeor”; porque en la primera, imposible continuar.

El hecho de que la Revolución Cubana aún detente el poder, la sitúa en magníficas condiciones de realizar los cambios que demanda su mutación como condición indispensable para, al enmendar errores, evitar su agotamiento víctima de una caquexia económica, política y social que le impida sobrevivir a los hacedores y servir al país; en tanto, como medio y no fin, ha sido -desde Colón hasta hoy- lo más justo desde el punto de vista social en la geografía antillana. Sin embargo, no puede ella intentar renovarse desde sí y en solitario con una estructura que, sin ser obsoleta, necesita renovación, adecuación, cambio. Los actores de su prolongación tienen desde ya que comenzar a formar parte del nuevo diseño mediante la inclusión, mayor participación colectiva, crecido control popular y una activa acción ciudadana que de impulso al civismo, orille el desgano, avive el deseo público y los contagie con espíritu de hacedores, no de meros espectadores.

La propuesta de Frei Betto resulta, a partir de lo anterior, orgánica y digna de atención:

No hay futuro socialista erigido sobre la dictadura del proletariado y el partido único. Hay que sumarle a Marx pensadores como Montesquieu, Rousseau, Che Guevara, y otras corrientes de pensamiento como la Teología de la Liberación. Un socialismo con democracia, pluripartidismo, articulación entre libertad y justicia, diversidad de ideas y opiniones, libertad de prensa, respeto a los derechos humanos.

El socialismo no atraerá ya los corazones y las mentes solo por la lucha de clases, incluso por el hecho de que esta no desapareció en ninguno de los países en que aquel se implantó. Movilizarán el movimiento feminista, interesado en combatir el patriarcado, los ecologistas, indignados por una economía que arremete contra el medio ambiente movida por la ambición de lucro; los negros y los indígenas; los sin tierra y los sin techo, y la clase media, que oscila entre las aspiraciones de la riqueza y la erosión de su calidad de vida. Nada de economía centralizada ni de estatización de toda forma de propiedad. El modelo estatista de la economía demostró ser ineficiente, incapaz de incrementar la productividad y mejorar la calidad del trabajo y el producto.

Esta solución podría ser concretada en una relación biunívoca e inseparable entre justicia y libertad; pues, sin la primera la segunda resulta entelequia, sin la última, la primera no es lo que dice ser. En el caso de Cuba habría que agregar, a nivel de país, la permanencia de una inequívoca soberanía nacional, idea por la cual se ha vertido demasiada sangre, generosa además. Podría suscribirse íntegramente la solución antedicha pero un pequeño detalle lo hace impracticable: el mundo está dominado por el capitalismo y su capacidad de erosionar impide, por el momento, incorporar el pluripartidismo; la hora de este aún no ha llegado para Cuba; porque además, como observara con notable sentido común José Martí: “El juego de la libertad, a qn. no está habituado a él, divide” y en lo social, lo que divide mata; sin embargo, ese mismo sentido común demanda la democratización de la organización rectora de la sociedad. Es muy probable que una solución intermedia, alejada de los extremos, por ello equilibrada, ha de recibir la imprecación inmediata de los que hoy se asoman al escenario político cubano; la polaridad e intransigencia ideológica con que unos y otros -atendiendo a la distancia de sus posiciones-, exponen sus convicciones, hace casi seguro la anatematización de cualquier idea que no machee con sus verdades e intereses; empero -suscribiendo al Apóstol-, “cuando se tiene algo que decir, se dice sea cualquiera el juicio que forme de ello la gente ignorante o malévola, o el daño que nos venga de decirlo”, y es así porque: “Las ideas se corroboran con soluciones” y eso, más que cualquier otra cosa, necesita Cuba.

Cambiar el nombre al Partido Comunista de Cuba, y con ello reconceptualizar su plataforma, podría ser buen punto de partida. Y ahora la pregunta, ¿que razones legitiman el rebautizo? Tres argumentos sirven de sostén a la propuesta: uno teórico, otro histórico y un tercero práctico.

El primero se ancla en el hecho cierto de que la construcción social comunista es tan utópica que parece irrealizable (ausencia de estado, de ejércitos, de dinero, gestión de la vida pública a partir de la conciencia individual y bienes materiales corriendo como ríos) y aunque esta (la utopía) sirve para caminar -feliz conceptualización de Eduardo Galeano-, primero es necesario concentrarse en la construcción del socialismo, esquema socio-político y estrategia de la isla en este siglo XXI, acuerdo incluso del último Congreso del Partido.

El segundo argumento afirma su pretensión en la historia nacional; pues, si bien la organización nacida en 1925 prohijó los mejores ideales de justicia social y muchos de sus integrantes pagaron con su vida las convicciones asumidas, careció de la visión histórica necesaria para asaltar el poder y convertirse en fuerza totalmente revolucionaria: “Se quedó corto”, dirían en la calle. Lamentablemente, la supeditación de su actuación al mandato de la III Internacional basificada en Moscú lastró su liderazgo y tres hechos, a guisa de ejemplo, lo rubrican: 1ro. Expulsan de sus filas al mejor comunista de los primeros 25 años de República (Mella), quien además había sido fundador del propio Partido; 2do. En mayo de 1957, el mismo mes del combate del Uvero -acción armada que marcó la mayoría de edad del Ejército Rebelde según el Che-, el Pleno del Comité Nacional del PSP, “[…] se cuestionó la línea de agosto (insurrección popular) por considerarla superficial y unilateral […] La línea de agosto […] significaba un rechazo, antes de tiempo, de la consigna de elecciones democráticas generales inmediatas, y en general, de la utilización de la vía electoral como uno de los medios tácticos, lo cual llevaba a la «absolutización de las formas no parlamentarias de lucha»” y 3ro. Después del triunfo revolucionario, primero el Sectarismo y luego la Microfracción, nacen no de una organización contrarrevolucionaria; sino, del atavismo dogmático de algunos militantes del Partido Comunista y la creencia de que el modelo soviético era el correcto para guiar el país.

En tercer lugar, el marketing capitalista, maestro en satanizar y vender, ha logrado crear alrededor de los errores de la construcción socialista una aversión casi irracional hacia la palabra «comunista» y su entorno más cercano, provocando con ello y de manera instintiva se rehuya el término y lo por él englobado. Si ellos han aprendido a envolver en celofán los sueños y venderlos como caramelos, los revolucionarios deben entonces buscar modos de ganar adeptos a la causa, y si es un nombre la razón que alimenta el prejuicio y mantiene alejado un grupo o sector importante, entonces, cambiemos el nombre (no la bandera) y veremos llegar al baile los hombres y mujeres que necesita la fiesta de la justicia.

En este punto, conocer el nuevo apelativo y la fundamentación del mismo es impostergable: «Partido Martiano, Socialista y Revolucionario de Cuba». A pesar del tiempo transcurrido, la vida, obra y pensamiento del Apóstol tiene mucho que decir todavía; por cuanto, no hay en la historia nacional referente humano que haya encarnado con tanta intensidad y precisión el sentido de patria como en él; su ética trascendente, su visión de la justicia, su pasión por la libertad, su entendimiento del conjunto, su conocimiento de los caracteres humanos, su apreciación del peligro norteamericano y un sinnúmero de aportaciones más que hacen de él “una mina sin acabamiento” y por sobre todas las cosas, una coherencia de talla descomunal elevada a condición de mística, cuando revólver en mano rubrica con sangre la razón de su vida: Cuba. El pensamiento martiano, además de ser manjar de todos los cubanos -por suerte lo ha sido-, debe pasar a ser horcón principal, argumento jurídico y animación conceptual de instrumentos de poder: partido, estado y gobierno; además, nadie como él para unir cubanos, incluso, de opiniones diferentes.

Por su parte, la teoría socialista, elaborada en acto de creación heroica y no como vulgar apropiación mimética de experiencias fracasadas o modelos distantes no solo en geografía, resulta al día hoy el mejor instrumento teórico para enfrentar los magníficos retos que impone la cambiante voracidad del capital, los novedosos mecanismos de control ciudadano, la creciente desigualdad, la galopante degradación del medio ambiente, la desideologización como mecanismo de dominio social y otros terribles males fruto de la codicia humana. Finalmente, el adjetivo revolucionario engloba, en franco desafío al invierno de la memoria, el legado de todos los que, desde Hatuey hasta hoy, señalaron el camino, fueron semilla o lograron materializar sus ideales.

Sin embargo, el cambio de nombre no basta, resulta preciso, sin eliminar los procesos de selección para el crecimiento, una apertura que permita a hombres y mujeres no comunistas ingresar al Partido. Por ejemplo, en el Partido Revolucionario Cubano (PRC) fundado por Martí -para preparar y desatar la guerra, no conducir la República-, había socialistas, liberales, obreros y patronos y la única condición era creer y trabajar por la independencia de Cuba. Para ingresar en el Partido Martiano, Socialista y Revolucionario de Cuba; a parte de ser hombre o mujer de bien, haría falta, además de suscribir los estatutos, laborar por ellos que, grosso modo, no serían otros que el esfuerzo contante por preservar la independencia y soberanía nacional, el trabajo diario por la consecución y acrecentamiento de los niveles de justicia social y la defensa del ejercicio íntegro de cada ciudadano y el respeto a su libertad. Vehículo de retroalimentación para el trabajo partidista e instrumento de equilibrio y control ciudadano sobre el mismo, vendría a ser la presencia en sus filas -como observadores-, de integrantes de la Sociedad Civil; organizaciones estas que debieran crecer en número e influjo; en tanto, “[…] la lucha […] debe ser de toda la sociedad contra un modelo perverso que convierte la acumulación de riquezas en la única razón de vivir. La lucha es de humanización contra deshumanización, de solidaridad contra alienación, de vida contra muerte”.

Todo cambio resulta una aventura peligrosa, por ello la sociología estableció el concepto de “resistencia al cambio”; sin embargo, no cambiar, cuando las señales de los tiempos lo indican, resulta imperdonable. La vida pasa, fluye, nadie se baña dos veces en las aguas de un mismo río; no por gusto el Cubano Mayor insistió en la capacidad de previsión como sello distintivo del buen gobierno: “Prever es la cualidad esencial, en la constitución y gobierno de los pueblos. Gobernar no es más que prever”. Evítese botar al niño, pero bótese sin más dilación el agua sucia, que si continúa bañándose en las mismas aguas, corre el riesgo de contagio con una enfermedad terminal. Los niños cubanos, los de hoy y los de mañana, merecen gozar de buena salud. Que así sea.

En Manzanillo de Cuba, el 19 de mayo de 2016.
A 10 Km de La Demajagua, Altar de la Patria.

Bibliografía Mínima.

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5.-Keeran, Roger y Thomas Kenny. Socialismo Traicionado. Detrás del colapso de la Unión Soviética. 1917-1991. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2013.

6.-Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución. Aprobados el 18 de abril de 2011.

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