Evocando a Manzanillo (I)

Resumen: Un recorrido histórico espiritual por el decurso del Manzanillo de Cuba.


A la ciudad.

Servir es mi religión y el futuro no me preocupa”.
Ghandi.

Haz lo que debas, suceda lo que quiera.”
Borgoña.

Por: Delio G. Orozco González.

RAZONES
.

Manzanillo es una de esas ciudades que obligan a poner en sus pensamientos toda la sangre de quien escriba sobre ella; imposible ser imparcial o no conmoverse cuando se piensa, habla y siente de un espacio que tanto ha dado a la historia de Cuba, a su cultura, a su ser. Claro, en el fuero interior del prejuiciado que discurra sobre estos temas, quedará siempre la prevención y el sabor -hijos de la incapacidad de sentir lo que experimenta quien vive sus días, sufre sus agonías, ama sus triunfos y llora sus derrotas-, de nocivos jingoísmos pueblerinos, de actitudes partidarias, de insanas pasiones; empero, yerra este o el peregrino o el viajero que piensa así, por cuanto, al darse lo justo no se pedirá lo injusto. Por otro lado, desde los mismos inicios forjadores de la nación cubana, el amor hacia la patrilocalidad o el espacio de tierra que el destino reservó por cuna -que no es lo mismo pero es igual-, ha sido centro de atenciones y emocionados acercamientos de parte de aquellos que han singularizado, en pensamiento y corazón, su cuajo; Varela y Martí resultan ejemplares en ese sentido. El presbítero, quien según José de la Luz y Caballero nos enseñó en pensar, decía en fecha tan temprana como 1818:

[…] los hombres dan siempre una preferencia a los objetos más cercanos, o por mejor decir, más ligados a sus intereses individuales, y son muy pocos los que perciben las relaciones generales de la sociedad, mucho menos los que por ellas sacrifican las utilidades inmediatas o que les son más privativas. De aquí procede lo que suele llamarse provincialismo, esto es, el afecto hacia la provincia en que cada uno nace, llevado a un término contrario a la razón y la justicia. Sólo en este sentido podré admitir que el provincialismo sea reprensible, pues a la verdad nunca será excusable un amor patrio que conduzca a la injusticia; mas cuando se ha pretendido que el hombre porque pertenece a una nación toma igual interés por todos los puntos de ella, y no prefiera el suelo en que ha nacido, o a que tiene ligado  sus intereses individuales, no se ha consultado el corazón del hombre, y se habla por meras teorías que no serían capaces de observar los mismos que las establecen. Para mi el provincialismo racional que no infringe los derechos de ningún país, ni los generales de la nación, es la principal de las virtudes cívicas.

Y José Martí, definiendo como nunca antes ni después se ha hecho la patria, legó para todos los tiempos y hombres:

Cada cual se ha de poner, en la obra del mundo, a lo que  tiene más cerca, no porque lo suyo sea, por ser suyo, superior  a lo ajeno, y más fino o virtuoso, sino porque el influjo del hombre se ejerce mejor, y más naturalmente, en aquello que conoce, y de donde le viene inmediata pena o gusto: y ese repartimiento de la labor humana, y no más, es el inexpugnable concepto de la patria. Levantando a la vez las partes todas, mejor, y al fin, quedará en alto todo: y no es manera de alzar el conjunto el negarse a alzar una de las partes. Patria es  humanidad, es aquella porción de humanidad que vemos más de cerca, y en que nos tocó  nacer; -y ni se ha de permitir que con el engaño del santo nombre se defienda a monarquías inútiles, religiones ventrudas o políticas descaradas y hambronas, ni porque a estos pecados se de  a menudo el nombre de patria, ha de negarse el hombre a cumplir su deber de humanidad, en la porción  de  ella  que tiene más cerca. Esto es luz, y del sol no se sale. Patria es eso.

HITOS.

Mucho antes de que los íberos pisaran la tierra que ellos dieron en llamar “Juana”, ya hombres y mujeres habitaban estos predios. Procedían del nordeste venezolano, cruzaron el arco de las Antillas menores, llegaron a Borinquen, luego a Quisqueya y finalmente a Cuba, que es nombre aborigen y por suerte aún blande, como cimitarra redentora, la ínsula. Ya en el oriente cubano se desparramaron por toda la geografía del saliente insular y llegaron a la oquedad del “caimán” para dejar huella indeleble que aún se goza en algo más que una toponimia exuberante: Jiguaní, Bayamo, Yara, Bayate, Jibacoa, Vicana, Guacanayabo… y es justamente, en la ribera de este mar, “[…] á legua y media de un puerto, questá apropósito de la navegación de la isla Española y de Tierra Firme […]”, donde se produce el primer alarido que distingue la estructura nodal de la cultural cubana: la lucha constante por la libertad y la independencia, ora individual ora colectiva, cuando el cacique Hatuey se niega ir al cielo antes de ser sometido al suplicio de las brazas; y es precisamente en este sitio, localizado hoy en la periferia de la ciudad de Manzanillo, donde se produce el asentamiento primigenio de la segunda villa de Cuba, San Salvador, llamada así porque según Diego Velázquez, adelantado del Rey y matador del rebelde, “[…] allí fueron libres los cristianos del cacique Yahatuey, é porque con la muerte suya se aseguró é salvó mucha parte de la isla […]”. Luego, la villa se traslada a la actual capital de la provincia Granma y comienza a ser nombrada San Salvador de Bayamo.

Pasó el tiempo y al calendario insular llegó 1604, momento en el cual, en las playas del Manzanillo se producen los acontecimientos que dan lugar al primer monumento de la literatura cubana: Espejo de Paciencia, poema épico escrito por el canario Silvestre de Balboa Troya y Quesada, catalogado piedra inicial de la poética isleña por cuanto, en un entorno que empezaba a pergeñar lo cubano se desenvuelven sus principales componentes étnicos: el indio, el español y el negro. En los años que completan las centurias décimo séptima, décimo octava y los primeros cuatro decenios de la decimonónica, Manzanillo, en virtud de su abrigada ensenada, resultó sitio privilegiado para el comercio de rescate y contrabando, trueque no sólo comercial, sino, esencialmente espiritual donde protestantes, hugonotes, calvinistas y toda clase de “herejes” aportaron, junto a sus mercaderías, la masa proteica e indomeñada que caracterizaría a los hijos de toda esta región; la actual ciudad de Manzanillo fue entonces, la salida al mar de la mediterránea Bayamo.

Terminaba el siglo XVIII, el Rey se preocupa porque los cortes de madera en las costas de su vasto imperio colonial afectan sus astilleros y un buen día, el 11 de julio de 1792, ordena se “[…] facilite la cantidad que sea necesario invertir para la erección de una pequeña población en el parage (sic) titulado el Manzanillo, jurisdicción del Bayamo”; empezaba así el proceso fundacional de lo que es hoy la ciudad de Manzanillo, nacimiento que -jadeante y doloroso como todo parto-, dio a luz una entidad humana que ha puesto en las rutas esenciales de la identidad y la cultura cubana claves esenciales, insoslayables además. En 1794 se la da la categoría de puerto menor, para 1809 gana la categoría de partido y en 1819 sus pobladores, de manera bizarra y sin la ayuda de nadie, rechazan un ataque corsario inglés, hecho este que no sólo levantó la autoestima de los locales, sino que, años después sirvió para solicitar al Rey el título de villa e inspiró a Carlos Manuel de Céspedes a escribir justa alabanza hacia los manzanilleros, quienes, con hidalguía y arrojo expulsaron de su suelo a los invasores; sin duda alguna, este ejemplo estaría entre las útiles reminiscencias humanas que contribuirían al parto magnífico del Padrazo.

Para 1830 la sujeción de Manzanillo a la férula bayamesa resultaba un contrasentido inaudito: la aduana, a más de 12 leguas del puerto, ubicada en la capital de la jurisdicción, obligaba a los comerciantes y capitanes de buques a despachar en la villa bayamesa los naves que llegaban a la rada manzanillera, de modo que, una simple exposición al Rey fue suficiente para hacerle entender que tal situación no podía mantenerse; por ello, el 19 de agosto -ante su Consejo de Estado-, decidió otorgarle a la marinera ciudad el título de villa, ordenando fuera antepuesto, en todos los documentos de curso legal y públicos, la gracia de Puerto Real; sin embargo, los intereses bayameses, afectados no sólo por el desprendimiento territorial que suponía una nueva jurisdicción que iba desde la margen izquierda del río Buey hasta el Turquino, sino, ante la pérdida sensible que para su economía representaban las gabelas, impuestos, aranceles y todo tipo de gravamen portuario de una economía que comenzaba a ser abierta para la exportación, no podían ver con buenos ojos el desgajamiento que se producía; por tanto, la oposición, el retraso y los intentos de retener el título de villa a la naciente jurisdicción resultan explicables. Por fin, cuando el 6 de enero de 1840 Manzanillo celebra cabildo y gana independencia administrativa de la añeja villa bayamesa, se materializa así un anhelo que había sido provisional en 1821 y permitiría a la Perla del Guacanayabo crecer y dar a la historia y cultura nacional instantes indispensables para su comprensión.

A no dudarlo, el acontecimiento más sublime de la historia de Cuba se produce en el ingenio Demajagua. Para el país y en especial para Manzanillo, fue una suerte elevada a condición de gloria que en sus predios Carlos Manuel de Céspedes nos hiciera hombres al instante de lanzarnos al monte; sus 16 años de vida en Manzanillo -vivía en la ciudad desde 1852-, resultaron tiempo esencial y definitorio que culminó en su condición de Padre de la Patria y le permitió, con ademán heroico, erigir entre y con los manzanilleros el Altar de la Patria. No se yerra si se afirma que lo acontecido en Demajagua aquel 10 de octubre de 1868 constituye el parteaguas de la historia de Cuba; en tanto, hay una condición antes de la Demajagua y otra después de la Demajagua, y esa singularidad no está dada solo por el acto magnífico, casi divino, de partear una nación, sino, por el gesto creador de liberar a sus esclavos, llamarlos ciudadanos, invitarlos a conquistar la independencia nacional y con ello, ahorrarle a la nación dolores y sufrimientos en demasía.

Sin dubitación alguna, el mar ha signado el decurso manzanillero, no sólo propiciando crecimiento y expansión, sino, sirviendo a los que desde 1492 conducían a la isla con mano de hierro; por eso, cuando a partir de 1875 se levantó la estacada y terminó el sistema de fortines que, en forma semicircular aprovechaba el mar como retaguardia, la ciudad se volvió inexpugnable; a pesar de ello, el mambisado no cejó en su empeño de tomarla militarmente y el ataque de noviembre de 1873, conducido directamente por el entonces brigadier Antonio Maceo, da pruebas de ello.

El Pacto del Zanjón demostró que a la fragua libertaria le faltaba calor pero no herreros que forjaran el metal ígneo de la independencia; los intentos sucedidos en el interregno que van desde el fracaso de la Guerra Chiquita, incluyendo esta, hasta el 24 de febrero de 1895, rubrican la anterior afirmación.

Salida la isla de la Guerra Grande o Larga, la destrucción de las fincas azucareras, los predios rústicos y  otras propiedades rurales, sobre todo en el oriente del país, hacen que el gobierno español libere de impuestos dichas propiedades en un lapso de ocho años con el objeto de lograr su recuperación; esta medida favoreció la inversión de capitales y el mar, siempre el mar, imantó la llegada a Manzanillo de ellos en grandes cantidades; por tal razón, en la ciudad y sus predios administrativos el surgimiento del capitalismo, distinguido con la concentración y centralización de la producción azucarera, alcanzó las cotas más altas del oriente cubano sólo comparadas con un proceso similar acaecido en  Guantánamo; de este modo y en virtud de su posición geográfica y el empeño de sus hijos, Manzanillo se ratificó como la ciudad de más rápido y sostenido crecimiento en los territorios que iban desde la cuenca del Cauto hasta el Cabo de la Cruz. Bayamo, en virtud de su condición mediterránea, una estructura productiva básicamente ganadera, la lejanía del puerto de embarque y el efecto de la guerra, se sumergía en un letargo que había comenzando mucho antes del estallido emancipador.

A pesar de que los años de tregua permitieron un crecimiento económico notable, azucarero fundamentalmente, los grandes problemas acumulados en más de 400 años de coloniaje no se habían resuelto, al contrario, una profunda agudización era evidente; por otro lado, la incansable y ciclópea labor de Martí rendía sus frutos más altos cuando el manzanillero Bartolomé Masó Márquez era reconocido como el representante del Partido Revolucionario Cubano (PRC) en los territorios de las jurisdicciones de Manzanillo, Bayamo y Holguín. Varios sucesos así lo confirman. En primer lugar, el 24 de febrero de 1895, las figuras más notables del oriente que se lanzan a la manigua redentora son el manzanillero Masó y el santiaguero Guillermo Moncada; sobre el primero, teniendo en cuenta su condición de blanco, dirigieron los autonomistas y autoridades españolas sus esperanzas de hacerlo capitular, y en dos oportunidades, con entereza sin par, el manzanillero las rechazó; por ello Martí cree ver en él representado a los padres fundadores y con conocimiento de causa, amén de la coincidencia de ideas, desea sea en Manzanillo donde se celebre la reunión que dotaría a la revolución de un gobierno que fuera al mismo tiempo ala y raíz de la República7; no por gusto, la mayoría de los hombres (cerca de 300), que escuchan entusiasmados el último discurso de Martí en el Gólgota cubano aquella mañana de Dos Ríos, eran capitaneados por Bartolomé Masó; quien, con su tropa, al llegar la noche anterior al lugar donde el Padre Espiritual de la Nación escribía carta a Manuel Mercado, le hace levantar la pluma en una frase extraordinaria: “[…] porque hay afectos de muy delicada  honestidad.”

La brega, dura y heroica, fue rematada con la intervención norteamericana, la cual, como acción militar más importante en los territorios de la actual provincia Granma, bombardeó la ciudad en cuatro oportunidades y quizás, con marcada intención, tomó posesión del gobierno local el 10 de octubre de 1898, justamente 30 años después de La Demajagua; tal vez por eso y no sólo por ello -el veto a Bartolomé Masó como candidato presidencial debió haber influido también-, los años republicanos fueron en la urbe espacio propicio para la eclosión de tanto movimiento obrero y revolucionario conspicuo.

Si bien es cierto que la vida republicana no se redujo a la pelea y mejora humana social, en pocos lugares de Cuba como Manzanillo, la liza entre los aman y fundan y los que odian y deshacen tuvo tan cálidos y subidos tonos. Por ejemplo, en abril de 1906, un salmantino por casualidad: Agustín Martín Veloz, funda el Partido Socialista de Manzanillo, un año antes había creado la Federación Obrera y con estos instrumentos en las manos y el socialismo en el corazón, salió a romper lanzas por los obreros: la huelga del central Niquero en 1912, el Círculo Carlos Marx, el periódico El Radical, las detenciones, la cárcel y hasta la enajenación mental producto de tanto dolor físico y espiritual, son sobradas razones para que Martinillo -pionero del socialismo caribeño-, ostente un lugar en la memoria de los cubanos.

Contra el Yanqui, libro escrito por el manzanillero Julio César Gandarilla y cuya estructura ideológica se ancla en José Martí, resulta el primer alegato de la nueva hornada de jóvenes patriotas contra el fariseismo y la intromisión norteamericana, no por gusto el texto debió esperar el triunfo de la revolución para ser reeditado.

Cuando en agosto de 1925 en La Habana se funda el Partido Comunista de Cuba, los manzanilleros no están por si mismos pero sí en la figura de Julio Antonio Mella; quien, los representó. Así pues, tanto hervor militante, comunista y revolucionario, no podía desembocar en otra cosa que en el diseño y preparación del Soviet de Mabay, experiencia dirigida por el Comité Regional del Partido Comunista radicado en la ciudad y que traspolaría al Nuevo Mundo la primera experiencia de un gobierno de obreros y campesinos.

Si bien es cierto que la circunstancia de la segunda conflagración mundial obligó a los Estados Unidos a cambiar su política del “Gran Garrote” por la del “Nuevo Trato” (New Deal), el avance de las fuerzas progresistas no se debió sólo a este hecho, sino, a su constante puja y exigencia en el mejoramiento social, mientras las elecciones de 1940 demostraron cuan alto, cuan largo y cuan fuerte, había sido el avance de los comunistas manzanilleros quienes lograron, a pesar de los prejuicios hacia esta doctrina social, colocar en la poltrona alcaldicia al primer regente comunista de Cuba: Francisco Rosales Benítez (Paquito), aupado de tabaquero a alcalde.

El decurso histórico de la urbe está marcado de manera indeleble por el gesto inaugural, ya feliz, ya infeliz, y terminando la quinta década del siglo XX, en el marco de una guerra la cual, por el modo de desarrollarse se llamó fría, la ciudad ve caer el 22 de enero de 1948, abatido por la espalda en la terminal de ferrocarriles, al líder obrero Jesús Menéndez Larrondo, quien, no fue asesinado por negro o comunista; sino, por alcanzar -en virtud del diferencial azucarero-, revertir por apenas dos años lo que es hoy práctica habitual entre los grandes centros de poder y los márgenes: el intercambio desigual.

Un año antes, el imberbe Fidel Castro, en gesto premonitorio, era fotografiado junto al bronce épico de la Demajagua mientras en su mano sostenía el badajo. Había ido a la ciudad, en compañía de Lionel Sotto, a buscar la campana que días atrás había sido negada por el Ayuntamiento al Ministro de Gobernación Alejo Cosío del Pino y, como el címbalo histórico fue hurtado en la capital, Manzanillo se declaró en huelga y alzó cívica protesta obligando al gobierno de Grau San Martín a devolver a la ciudad y sus hijos una alhaja que nadie pudo arrebatarles.

La asonada militar del 10 de marzo de 1952 no sólo coartó el curso democrático de la nación cubana; sino, hizo algo más provechoso, desató la situación revolucionaria que permitió cambiar el sistema político, económico y social de la república porque la rebelión devino revolución y Manzanillo, junto con Santiago de Cuba, resultaron ser  los baluartes más representativos de un Movimiento que adquiriendo la gracia de “26 de Julio” condujo al 1º de enero de 1959. Las palabras de Fidel Castro a los manzanilleros no dejan margen a dudas sobre el papel de la ciudad y sus hijos en la consecución del hito más importante de América en siglo XX: la revolución cubana.

Me he reunido en numerosa ocasiones con la multitud; pero sin embargo, me faltaba un pueblo, me faltaba una multitud, me faltaba un lugar al que había tardado ya mucho en venir. Me faltaba un pueblo que, puede asegurarse es el que más vinculado ha estado con la Sierra Maestra. Me faltaba el pueblo que, durante el primer año de guerra fue prácticamente el primer abastecedor. […] El pueblo del cual nosotros estábamos seguros, porque cuando se trataba de huelgas, cuando se trataba de luchas, nosotros siempre contábamos que Manzanillo estaría presente.

[…] con la Revolución, Cuba entera debe estar agradecida de Manzanillo porque de Manzanillo salieron los primeros dineros para la Revolución, los primeros víveres, las primeras hamacas, los primeros zapatos, las primeras frazadas, las primeras medicinas y los primeros voluntarios […]

En los casi 50 años transcurridos desde 1959, Manzanillo ha seguido con su hábito tenaz de inaugurar -para bien o para mal-, además de estar, en primera fila, en los acontecimientos medulares de la ínsula. Por ejemplo, con la botadura del primer Sigma, salido del astillero local en enero de 1960, se inicia la marina mercante de la revolución; durante los días difíciles de la Crisis de Octubre, en la finca la Caridad se establece un grupo coheteril soviético que aseguraba la defensa antiaérea de toda la zona y con la inauguración del muro en el Parque y Monumento Nacional la Demajagua, al cumplirse el Centenario de las Guerras por la Independencia, quedaba abierto el sendero a la arquitectura monumentaria de la Cuba en revolución. Más tarde, cuando el siglo XXI ya tenía un año y medio, la primera Tribuna Abierta que dio continuidad a la Batalla de Ideas, después del regreso del niño Elián González al seno paterno y patrio, se verificó en Manzanillo, tribuna desde la cual -en el 2004-, Fidel Castro Ruz inauguró el Programa de Superación Integral para Jóvenes.

Los agregados o sustracciones territoriales de Manzanillo han formado parte de su evolución histórica y territorial. En 1912 Campechuela se separa y forma municipio, en 1916 le sigue Niquero y en 1927 Media Luna se suma a este último; a partir de aquí su estructura geopolítica quedaría intacta hasta 1976 cuando se produce una nueva división política que convierte en municipios, para bien de estos, los barrios rurales de Yara y Zarzal.

La antesdicha división política administrativa resultó ser un acierto y una necesidad en su época; por cuanto, permitió un desarrollo más equilibrado de los territorios contribuyendo a combatir el adefesio heredado de la República; casos como el de Cienfuegos -separado del gran “molote” que eran Las Villas-, demuestran lo acertado de la decisión. Sin embargo, el desconocimiento del mandato histórico, del sentimiento de pertenecer, de las reales diferencias evolutivas entre los territorios y sobre todo, de la exaltada polémica que entonces se verificó, dio como resultado una estructura política y gubernativa fundida artificialmente que posibilitó el crecimiento de una ciudad en detrimento de la otra e hizo rodar a esta última cuesta abajo y atrás; a completar la obra vino el Período Especial y la Crisis Económica que convirtió a Manzanillo en el lugar de mayor índice de desempleo en el país, y, donde no se trabaja, no se genera riqueza… A pesar de ello, las decisiones centrales del estado hicieron posible la creación de centros hospitalarios, educacionales, fabriles y de otra índole que, en su momento, ayudaron y aún ayudan a que la diferencia sea menos dañina. A estas alturas de los acontecimientos, de los cambios ocurridos en Cuba y el mundo, una revisión del trazado geopolítico del país se impone; mirar responsablemente sobre las deudas de 1976 es obligación: obrar con prudencia, justicia, conocimiento de causa y percibir con luz larga, es tarea de todos, no sólo porque se desea, sino, porque se necesita. Manzanillo y sus hijos lo demandan. (Continuará…)