Evocando a Manzanillo (II y Final)

Resumen: Un recorrido histórico espiritual por el decurso del Manzanillo de Cuba.

CARNE Y HUESO.

La ciudad es relación biunívoca de contenido y continente, sin lo uno es imposible lo otro; empero, el primero modifica, transforma e incluso destruye, es pues, definitivo. Entre los hombres y mujeres nacidos en esta tierra o acunados por ella para siempre, más de uno logró hacer crecer, distinguir y respetar el continente.

Bartolomé de Jesús Masó y Márquez nació en Yara, pero hizo y se hizo en Manzanillo. Fue vice-presidente y presidente de la República en Armas y junto con dos de sus homólogos, Manuel de Jesús Calvar, Presidente en Baraguá, y Francisco Javier de Céspedes, hermano del Padrazo, descansa en el camposanto de la ciudad, convirtiendo a esta Necrópolis en la única del país que guarda los restos de tres presidentes de la República en Armas.

El año de 1844, conocido también como “del cuero” por la represión a la Conspiración de la Escalera, es la fecha del alumbramiento de unos de los gramáticos más señalados del mundo americano: Rafael María de Merchán y Pérez, maestro, periodista, creador -según José Martí- del término sig-zag y también patriota. Su trabajo titulado “Laboremus”, dio pie a la creación del vocablo “laborante” con el cual se distinguía a los cubanos que, en las ciudades cubanas o en el exterior, laboraban por la independencia patria; fue representante del PRC en Colombia -país que lo adoptó como hijo suyo-, y se desempeñó como el primer embajador de Cuba en España y Francia después de expulsado el león ibérico de estas playas.

No fueron pocos los extranjeros que dieron lustre a esta tierra. Francisco Becantini, italiano, después de decorar el teatro Reina Isabel en Santiago de Cuba, vino a Manzanillo donde se radicó definitivamente y después de decorar los interiores del coliseo manzanillero (1856), inauguró el primer salón de daguerrotipo, convirtiéndose así en el pionero de la fotografía en la ciudad; su coterráneo, Jacinto Minielli, fundó en octubre de 1904 la banda de concierto y sus restos, al igual que los del anterior, están sembrados en el cementerio local. Entre los nacidos en otras tierras y devenidos manzanilleros, el más distinguido fue, sin duda alguna, Modesto Arquímides Tirado Avilés, natural de Puerto Rico, comandante del Ejército Libertador, amigo personal de José Martí, ayudante de campo de José Maceo, Secretario de Despacho de Bartolomé Masó, primer alcalde por elección popular en Manzanillo, hijo adoptivo de la misma y su primer historiador en propiedad.

Entre los literatos la lista es abultada y eximia: las mujeres suman a América Betancourt, Calorta Lluch Casals y Elvira Fornaris; mientras la sola mención de José Manuel Poveda, renovador de la poesía cubana junto con Regino Botti, Luis Felipe Rodríguez, lleva la sociología del campo cubano a la cuentística, y Manuel Navarro Luna, autor de Surco -primer libro de la Vanguardia en Cuba-, servirían para conformar un parnaso de lujo.

Los músicos no se quedan atrás. Tal vez el más genial fue Carlos Borbolla, de quien dijo Alejo Carpertier en 1945: “[…] constituye el caso más extraordinario de la música cubana contemporánea. Todo es singular y digno de atención en este compositor, su formación, su trayectoria al margen de los itinerarios propuestos al artista criollo, su vida, sus actividades, su obra.” Diego Bonilla, Rafael Caymari y Carlos Puebla, por su parte, cierran un ciclo que pueden ser ampliado sin esfuerzo alguno hasta completar las dos decenas; pero basta decir del primero que, firmante del manifiesto del Grupo Minorista, obtiene con su violín las más favorables críticas por sus conciertos en Madrid, París y New York; el segundo, descendiente de mambises, es discípulo de Ernesto Lecuona; mientras el último, inmortalizando con su canto la figura del Che se ha ganado el título de “Cantor de la Revolución”.

A diferencia de los anteriores, los promotores y los pintores no fueron abundantes; sin embargo, su calidad trascendente excusa el reducido número; por cuanto, Juan Francisco Sariol, alma indiscutida de Orto y la Nochebuena Martiana, colocó tan alto la condición de mecenas de la literatura, que justicia sería reconocer su nombre entre los grandes animadores de la cultura del país, mientras Julio Girona, poeta, luchador antifascista y pupilo de Massager, alcanzó -por derecho propio y obra-, un lugar en la historia de la pintura y el dibujo cubanos.

Intentar relacionar en estas páginas, ante el clamor de la verdad y la justicia histórica, a todos los que durante el siglo XX hicieron revolución en Manzanillo sería demasiado extenso; empero, imposible dejar de reseñar algunos nombres cuyo legado trasvasa, con creces, las fronteras regionales. Ya se han apuntado los nombre de Agustín Martín Veloz y de Francisco Rosales Benítez, díptico al que se suma Blas Roca quien, dirigiendo el Partido Comunista de Cuba desde 1934 hasta el 1961, entrega la dirección de la organización a Fidel Castro Ruz en un acto de lucidez  histórica. José Luis Tassende de las Muñenas ofrece su sangre generosa en los muros del Moncada, mientras Manuel Echevarría Martínez, Andrés Lujan Vázquez y Pedro Sotto Alba, cruzan el Golfo de México para llegar a Las Coloradas e iniciar la lucha armada. Por otro lado, la cercanía de la ciudad a los escenarios de combate, una tradición histórica de lucha y la disposición de un gran número de sus hijos de ser libres o mártires en el empeño de ver a Cuba próspera y feliz, hizo posible y distinguido el aporte de los hijos de Manzanillo a la revolución; por eso, René Vallejo Ortiz, Pedro Sotto Alba y Manuel Fajardo Rivero fueron Comandantes; también lo fue Felipe Guerra Matos; y la mujer, en la figura Eugenia Verdecia -primera en llevar suministros al grupo guerrillero-, junto a la inmensa Celia Sánchez Manduley, dan a la gesta revolucionaria un toque de ternura, extraño y tremendo a la vez.

Muchos han sido y son los que aportan, y a otros muchos ya se les reconoce el mérito por Manzanillo y Cuba, ora desde la ciudad, ora desde cualquier parte de la isla y el mundo, pero es preciso que el tiempo decante, y como el buen vino, sedimente para que la vida y obra, en una futura mirada a esta cantera humana, rinda el provecho con que se sedimenta, cual mortero fortísimo, el edificio de la patria.

ESPÍRITU OBJETIVADO.

Así definió Hegel la cultura, esencia perdurable y que cualifa, en el núcleo duro, la condición humana. Y a no dudarlo, en este campo las aportaciones manzanilleras son realmente distintivas. Véase.

Es la ciudad y su región, junto a Santiago de Cuba y Guantánamo, zona clave para entender el Son, género cubano cuya sonoridad distingue la creación musical insular y que en virtud de magníficos instantes de osmosis y arrebato creativo, ha dado a la música cubana razones de orgullo y legítima autenticidad. El primero es el órgano,  instrumento que tropicalizado y criollizado en estos predios por las familias Fornaris y Borbolla, ha impactado el modo de hacer música en varios lugares del oriente cubano, resultando ser la Original de Manzanillo, con casi medio siglo de vida, una institución que, heredando del “señor de la música molida” y de la charanga francesa, ha devenido embajadora ilustre en cualquier parte o escenario del mundo.

La guitarra, maridaje de cuerdas y formas, en las manos de Raga, Benemelis, Codina y muchos más, acunó tanta trova que en diciembre de 1972, jóvenes de aquel entonces, protegidos y estimulados por “Yeyé” Santamaría, decidieron que en la ciudad se fundara el Movimiento de la Nueva Trova; la placa, colocada frente al gobierno de la urbe se deja leer, y recuerda el instante cuando Silvio Rodríguez, Noel Nicola, Sara González y otros artistas llegaron a la ciudad de Carlos Puebla quien, en versos exclamaba que prefería no haber nacido a nacer en otra parte que no fuera esta ciudad de mar, a la cual, el magnífico Benny Moré cantó e inmortalizó en riquísimo son montuno.

No nos equivocamos al afirmar que el mestizaje resulta ganancia neta de la cultura cubana, y es la religiosidad popular la zona donde con mayor nitidez se verifica tal mixtura rendidora. Un esquema religioso del país nos permite percibir en las provincias de Santiago de Cuba y Guantánamo la práctica de creencias de origen africano con profunda aportación haitiana, básicamente del vodú. En la capital de país y Matanzas, la práctica de las reglas yoruba y conga son notables, matizadas en los puntos de Regla y Guanabacoa con la presencia de la fraternidad Abakúa; en Pinar del Río están los “acuáticos”, culto animista y singular de aquella región del país; mientras, en el valle del Cauto, con ramificaciones por toda la curvatura del Guacanayabo y centro en Manzanillo, está el Espiritismo de Cordón, práctica que es lícito definir como la más auténticamente cubana. Nacida en esta región, contiene trazas del baile areito de los aborígenes y propone una visión distinta de la relación entre la vida y la muerte. Adherida a los fundamentos del cristianismo prístino, no es raro que se desparramara entre las capaz más humildes propalando la paz, el amor y la justicia entre los hombres; no por gusto Martinillo, Paquito y Vallejo fueron espiritistas.

Con legítimo orgullo el teatro cubano declara a Francisco Covarrubías como su padre; por su parte, el Teatro Manzanillo, coliseo inaugurado en 1856, sostiene que el suyo es Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo; quien, no sólo transcribió de su puño y letra los papeles de la comedia “El arte de hacer fortuna” -pieza con la cual se inaugura la vida útil de la institución-, sino, que se desempeñó como director de escena y actuó en la misma obra, méritos suficientes para un “tablao” que cuenta con 150 años de existencia; y si tales méritos iniciales parecieran insuficientes, se hablaría entonces de la presencia en su proscenio de Brindis de Salas, eximio violinista; Arquímides Pous, figura ejemplar del bufo cubano; Andrés Segovia, el mejor guitarrista clásico español del siglo XX; Alicia Alonso, diva de la danza cubana y mundial; Bracale, regio dramaturgo cubano y americano; Esperanza Iris, considerada en su época “emperatriz de la opereta”; Ernesto Lecuona, el más universal de los compositores cubanos; Pablo Neruda, dulce poeta universal y una lista de figuras de talla mundial que convirtieron al Teatro Manzanillo, en la plaza cultural más significativa de los territorios de la actual provincia Granma y uno de los más importantes del oriente cubano.

Alguien dijo que al principio sólo era el verbo, de ser cierto, entonces Manzanillo estuvo en aquel inicio, y no sólo porque desde 1857, cuando se publica el primer periódico, hasta que el rotativo La Demajagua deja de editarse en la ciudad para darle su gracia al periódico provincial, en la ciudad se editaron más de 120 diarios, interdiarios, semanarios, quincenarios y revitas; sino, porque hubo un Juan Francisco Sariol que prohijó, animó y convirtió la revista Orto en obra de valor imperecedero para la cultura cubana. Sus 45 años de existencia dieron vida y lanzaron la literatura cubana allende los mares, amén de convertirse en medio de expresión del Grupo Literario de Manzanillo, cenáculo que propició la venida a estos lares de personalidades de renombre en el campo de las letras y las artes: Nicolás Guillén, poeta; Ramiro Guerra, historiador y el pintor Carlos Enríquez, son sólo minúsculo botón de muestra.

La arquitectura, definida como la ciencia y el arte de proyectar edificios, tiene en Manzanillo los exponentes más significativos y hermosos del eclecticismo granmense, también los más amenazados. Edificios de dos y tres plantas, con ménsulas, cariátides, balcones, columnas adosadas, miradores; en fin, toda una esplendente variedad de motivos arquitectónicos, hacen de estos edificios de la Perla del Guacanayabo los símbolos de una época de prosperidad y riqueza material que, volcados en dichas estructuras urbanas, hacían de la polis manzanillera una de las más vistosas de Cuba. Todavía hoy, y a pesar de los serios peligros que se ciernen sobre ellos, la ciudad tiene el mayor nivel de urbanización en toda la provincia; ello, sin duda alguna, no es por gusto.

Alguien definió al ron como el hijo alegre de la caña de azúcar, y aquí también Manzanillo ha puesto su grano de arena, mejor, su línea de Pinilla, apellido de un inmigrante español que venido de Zamora, en la actual Castilla y León, legó para todos los tiempos una bebida ya centenaria, la cual, como otras de su misma estirpe alcohólica, distingue no sólo la ciudad, sino, una tradición, un modo de ser, también de beber.

Pocas ciudades cubanas pueden ufanarse con legítimo orgullo -que no vanidad-, de poseer una tradición patriótica. Cuando el 27 de enero de 1953 los estudiantes bajaron de la colina universitaria por la calle de San Lázaro, hachón en mano, para ir hasta la Fragua Martiana, hacía tiempo ya que los manzanilleros, no con antorchas pero si fuego en el corazón, recordaban aquel instante en el cual -del seno de una canaria-, nació el más universal, trascendente y útil de los cubanos: José Martí. De la estatura sentidora de Juan Francisco Sariol brotó la idea de parangonar la vida y obra del Cristo con el redentor cubano, por eso, decidieron llamar al homenaje, eclosionado el 27 de enero de 1926, Nochebuena Martiniana, gracia que con el decursar de Cronos resultó modificada hasta ser reconocida hoy con el nombre de Vigilia Martiana.

Calla el articulista pero no la pasión que le anima, por cuanto esta no le pertenece sólo a él, sino, a los que conviven en la ciudad, a los que han convivido, a los que convivirán cuando los de hoy hayan partido; no importa que el efecto invernadero amenace con ponerla bajo las aguas de su eterno amante, el Golfo del Guacanayabo; hasta ese entonces, la ciudad y su hijos seguirán soñando y trabajando, creando y sirviendo, riendo y llorando, viviendo y muriendo, con la inextinguible y profunda convicción que un día alumbró a ilustre novelista: “la muerte no es más que un cambio de misión”.

Manzanillo de Cuba, 27 de mayo del 2008.